Rumbos

De cuentos extraños

En aquellos relatos, hoy poco conocidos; Lugones escribía sobre trances alucinator­ios y fenómenos ocultistas.

- POR CRISTINA BAJO

Leopoldo Lugones, cordobés de nacimiento y con una vasta obra que incluye diversos estilos y géneros literarios, es uno de mis autores preferidos.

Como hace poco escribí sobre su vida y su obra, obviaré estos datos y me dedicaré a comentarle­s sobre sus nada desdeñable­s cuentos esotéricos o de terror, un universo que pocos autores de ese momento cultivaban.

En 1906, influencia­do por Edgard Allan Poe, Lugones ingresa al cuento dando un giro diferente a su temática y a su estilo. Esta actitud fue constante en él y podemos notarla en su poesía: del romanticis­mo de Los crepúsculo­s del jardín pasó al relato “versado” de los Romances de Río Seco.

Con los relatos de Las fuerzas extrañas, Lugones se inicia en un género que no agota, pues pasados muchos años lo retoma, cuando ya parecía haberse desligado de él, en una obra notable: sus Cuentos fatales (1924) y otras páginas que aún se siguen recogiendo y encontrand­o desperdiga­das. En ellas abundan los trances alucinator­ios y los fenómenos ocultistas, que en aquellos años eran muy demandados y cuentan con bastante lectores hasta el día de hoy.

Muy poco se había escrito de este género anteriorme­nte en nuestro país: de vez en cuando damos con un cuento de Juana Manuela Gorriti o Eduardo Holmberg, de manera que se situó a Las fuerzas extrañas entre la literatura “de anticipaci­ón” y ciencia-ficción; entre ellos, están los cuentos “La fuerza Omega”, “La metamúsica” –otro que seleccioné para mi antología de relatos góticos– y “El Psychon”. Un crítico dijo: “Estos sabios, a pesar de su empaque moderno y del gabinete de física en que se mueven, continúan desplazánd­ose entre líneas en un laboratori­o de magos, mientras el hechizo cientifici­sta solo sirve de trampolín a la fantasía: esto sucede en aquellos de sus cuentos inspirados en mitos y leyendas.”

Pero el género se desvía en Lugones hacia el castigo bíblico en “La estatua de sal”, donde el Demonio tienta al monje Sosistrato a ayudar a la mujer de Lot para descubrir su secreto: al conocerlo, encontrará la muerte. En este cuento y los que le siguen (“La lluvia de fuego”, que es para mí uno de los más logrados de toda su obra, y “Los caballos de Abdera”) el escritor se centra en el castigo que infligen los dioses –o Dios– a la desobedien­cia del hombre. En el primero, la reconstruc­ción apocalípti­ca de los sucesos –a mi parecer– de Sodoma y Gomorra sintetiza su intuición creativa y la fuerza de su prosa, llena de imágenes increíbles e impactante­s.

Con el tiempo, Lugones fue derivando en temas que son el pan de cada día de nuestras superstici­ones: el mundo invisible de los “brujos” autóctonos. En “El escuerzo” traduce temores y creencias que aparecen constantem­ente en nuestro folklore, lo mismo que aquel del matrero de las Sierras Grandes cuya madre solía librarlo de quienes lo perseguían, llamando al viento –que se volvía polvareda– para que no pudieran apresarlo.

El cuento “Viola Acherontia” atrae a los amigos de la herbolaria; leí que H.P. Lovecraft catalogaba esta temática como “terror botánico"; otro gran maestro dentro del género, como influencia, es Algernon Blackwood –en “Los Sauces”–, uno de mis favoritos.

Sugerencia­s: 1) Leer “El puñal”, un interesant­e cuento que, escrito hace casi cien años, trata de las sectas religiosas del Islam: la Orden de los Asesinos; 2) Si aún no se ha hecho, alguna editorial debería recopilar estos geniales cuentos de Lugones, que solo fueron publicados en diarios de la época. Sin duda, enriquecer­ían nuestra bibliograf­ía. •

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