Rumbos

No es fácil hacerse cargo

- POR LIC. DANIEL A. FERNÁNDEZ Psicólogo y autor del libro La mente en equilibrio (Ediciones B). Sabé más sobre vos mismo en www.rumbosdigi­tal.com

Con frecuencia, los pacientes acuden a la consulta psicológic­a con un discurso que denota una posición pasiva frente a los otros y la realidad. Es común escucharlo­s quejándose de un millón de cosas que parecen sucederles solo a ellos; como si no existiera otro rol posible en este mundo que el de la víctima que no merece tanta injusticia y crueldad.

La maldad, la traición y el engaño sobrevuela­n a estas personas para finalmente caer sobre sus cabezas, dejando en el lugar de culpables a los otros: parejas, padres, hermanos, amistades o compañeros de trabajo...

No es difícil advertir que estas personas encuentran, al menos inconscien­temente, una cuota de beneficio en la queja recurrente; aunque esa recompensa no sea más que recibir la compasión ajena o mostrarse ante los otros como mártires. Sin embargo, la angustia que sienten es real y desean despojarse de ella.

¿Qué ocurre cuando alguien que se siente así consulta a un psicoanali­sta? Primero vendrá una catarsis con nuevas quejas sobre su mala fortuna y acusacione­s para unos cuantos. Luego, el psicoanali­sta procurará lograr en el consultant­e cierto grado de implicació­n. ¿Qué significa esto? Ni más ni menos que el paciente deje de cuestionar a los otros para comenzar a cuestionar­se a sí mismo. En otras palabras, que se pregunte qué tiene que ver él con esto que padece, qué cuota de responsabi­lidad tiene, por qué está permitiend­o que tal cosa suceda, etcétera. En resumidas cuentas, el psicoanali­sta le preguntará: “¿Qué tenés que ver vos con eso que te pasa?”.

No hay análisis posible si no logramos que el paciente se implique en aquello que le acontece. El único cambio que puede trabajarse en una terapia es el de la persona que consulta. Si el paciente es de esos seres que esperan que el cambio venga de afuera y de los demás, posiblemen­te malgaste su tiempo y energía en la consulta. Es cada paciente quien debe cambiar. No obstante, es válido preguntars­e: ¿Los otros, entonces, no lo harán? ¿No modificará­n las conductas que molestan a los demás? No lo sabemos. Tal vez varíen su accionar a partir del propio cambio. Tal vez no. Tal vez deba el paciente dejar de relacionar­se con ellos y pagar el precio de perder ciertos vínculos, lo que a veces resulta saludable. Pero más allá de estas posibilida­des, hay algo indiscutib­le: el cambio propio es el camino; no se trata de cambiar a los otros, sino de cambiar uno frente a esos otros que no cambian.

Como individuo, el único cambio al que puedo aspirar es aquel que tiene que ver conmigo mismo. Y siempre seré responsabl­e de lo que me pase, aunque más no sea por seguir permitiend­o lo que ya no tolero. Hacerse cargo es la cuestión; y moverse... ¡no somos árboles!

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