El juicio de dios
Al comenzar el S. XIV, Felipe IV, rey de legendaria inteligencia, reinaba en Francia. Mediante el poder que retenía, había doblegado a los soberbios barones normandos, vencido a los flamencos sublevados, quitado Aquitania a los ingleses y tenía en un puño al Papa, a quien instaló por la fuerza en Aviñón. Un estudioso dijo: “Los Parlamentos obedecían a sus órdenes y los concilios respondían a sus sobornos.”
Contaba con tres hijos para perpetuar su dinastía, y su hija Isabel estaba casada con el rey de Inglaterra –ver la película Corazón valiente–; seis monarcas eran sus vasallos y casi toda Europa había firmado sus tratados.
Ninguna fortuna escapaba a su avidez: había gravado los bienes de la Iglesia, confiscado a los judíos y expoliado a los banqueros lombardos. Para cubrir las deudas del trono, alteró la moneda, subió los impuestos y la pobreza sembró la ruina y el hambre, y quien osaba amotinarse terminaba en la horca. Sólo la Orden de los Templarios –una formidable organización militar, religiosa y financiera que debía sus glorias y riquezas a las Cruzadas– se resistía a su poder.
La independencia del Temple inquietaba al rey, que también codiciaba sus inmensas riquezas. Para apoderarse del oro, armó contra ellos uno de los procesos más vastos de la historia: casi 15.000 hombres estuvieron sujetos a juicio durante siete años, en los cuales se incurrió en todo tipo de infamias. Y al finalizar, el “Rey de Hierro” firmó la muerte de los principales templarios.
Dice la leyenda que desde la hoguera, su superior, Jaques de Molay, maldijo al rey y a los que amañaron el proceso: el papa Clemente y el secretario del reino, Guillermo de Nogaret. Nombrándolos uno a uno, los emplazó a que, antes de un año, comparecieran ante Dios para recibir su castigo. Y como si fuera poco, maldijo al monarca hasta la decimotercera generación: siguiendo
La autonomía de los Templarios inquietaba al rey Felipe IV, que codiciaba sus inmensas riquezas.
la línea genealógica de Felipe a través de los Capetos, según algunos cronistas, vemos que termina en Luis XVI, muerto por la Revolución Francesa.
Para sorpresa de algunos, el papa Clemente murió a los cuarenta días de la maldición debido a “unas fiebres y angustias inexplicables”. Quizá lo envenenaron, pero el pueblo lo atribuyó a la maldición.
El segundo emplazado, Nogaret, murió sin duda envenenado, al parecer por orden de un noble que sospechaba que aquél había entregado a sus hijas a la vergüenza, develando lo que sucedía en la Torre de Nesle.
La muerte alcanzó a Felipe a fines de 1314, durante una cacería: se le apareció un ciervo “peregrino” –más salvaje que los que andan en manada– y lo tentó a seguirlo a través de un bosque cerrado, separándolo de sus hombres. Y cuando iba a matarlo, el animal se volvió mirándolo, y él vio brillar entre sus cuernos la cruz de San Hubert, patrón de la caza.
Uno de sus perros lo encontró, horas después, en el suelo y balbuceando. Lo llevaron al castillo, agonizó por doce días y expiró antes del año. Murió con los ojos abiertos y fue imposible cerrárselos: después de varios intentos, se los vendaron. Cuando le abrieron el pecho para enterrar su corazón en un monasterio, descubrieron que éste era “tan pequeño como el de un recién nacido.”
Sin embargo, tampoco entonces descansó en paz: una noche de l695, un rayo cayó sobre el convento y su fuego destruyó la Cruz robada a los Templarios y su corazón. Sugerencias: 1) Leer la saga de Los
reyes malditos, de Maurice Druon; 2) Ver la película La torre de Nesle; 3) Leer la novela del mismo nombre, de Alejandro Dumas.