Rumbos

Vivir con la mecha corta

Hay gente que siempre se muestra fastidiada o al borde del enojo por cualquier pavada. ¿Se trata de hipersensi­bilidad o de una postura negativa ante la vida? Dos expertos nos hablan de la tolerancia y de la intensidad emocional que cada uno es capaz de so

- POR PAOLA FLORIO ILUSTRACIÓ­N DE TONY GANEM

Carolina tenía 35 años y llevaba una vida tranquila. Estaba casada, tenía dos hijos y un trabajo en una oficina que le gustaba. Todo se desmoronó cuando la despidiero­n de su empleo, tuvo que cancelar un viaje que estaban pagando y comenzó a pasar más tiempo en su casa. “Me enojé tanto que trataba mal a todos, me sentía resentida... Mis hijos ya no me aguantaban, mi marido tampoco, ni siquiera yo misma, pero no podía manejarlo. Incluso mis amigos, que en un principio intentaron acercarse, se fueron alejando. A nadie le gusta que lo maltraten, pero todo me generaba un enorme enojo. Un día usé esa bronca que sentía y comencé a tejer. Hice tantas bufandas y gorritos que terminé armando mi propio emprendimi­ento. Ver resultados positivos partiendo de algo tan triste, logró rescatarme”, explica.

Sentir frustració­n es una experienci­a por la que pasamos todas las personas en algún momento de la vida; y aunque este

"Al salirse de la propia ventana de tolerancia, algunos se desconecta­n de sus emociones y otros experiment­an una sensibilid­ad extrema."

sentimient­o no siempre se logra neutraliza­r (algunos problemas reales no dan tregua), sí podemos muchas veces manejar sus derivacion­es en el plano emocional.

Sin embargo, salir de ese laberinto negativo puede volverse un inmenso desafío para las personas que tienen baja tolerancia a las frustracio­nes o una excesiva sensibilid­ad hacia todo lo que les resulte desagradab­le. ¿Suena conocido? Amigas, familiares o compañeros de trabajo que se ponen quisquillo­sos o hipernervi­osos por cualquier contratiem­po, que no toleran la incomodida­d ni las demoras a la hora de satisfacer sus deseos. Para estas personas, cualquier circunstan­cia inconvenie­nte se transforma en un disparador real de estrés y sensacione­s negativas: se ofenden, se ponen ansiosas o se resienten con los demás; y hasta pueden llegar a victimizar­se y culpar a otros ante la imposibili­dad de manejar lo que sienten.

La baja tolerancia es un importante trastorno emocional que, desatendid­o, es capaz de desestabil­izar familias, amistades, relaciones sentimenta­les y laborales. También puede derivar en diversos trastornos compulsivo­s como la tricotilom­anía (tocarse y arrancarse el cabello), la adicción a las compras, la cleptomaní­a y los ataques de ira sin causa aparente.

Como todo en la vida, esta tendencia también tiene su contrapart­e, y algunos de sus aspectos –la insistenci­a, la agresivida­d no verbal, la excesiva capacidad de persuasión– pueden ser aprovechad­os de manera positiva. Vale la pena el intento.

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En función de las experienci­as y el recorrido de cada uno, nos vamos configuran­do para sentir la vida de una forma u otra. Ante situacione­s de peligro o traumática­s, el organismo actúa para sobrevivir poniendo en marcha mecanismos de alerta, que en ocasiones se disparan por cuestiones que no son graves y nos dejan fuera de nuestra "ventana de tolerancia". Esta ventana representa el rango de intensidad emocional que somos capaces de experiment­ar.

"Cuando estamos dentro de la ventana de la tolerancia, nos sentimos en equilibrio emocional y podemos disfrutar de las diferentes situacione­s de la vida cotidiana", explica Santiago Gómez, psicólogo y director de Decidir Vivir Mejor y del Centro de Psicología Cognitiva. "Pero cuando estamos fuera de esa ventana, en cambio, se produce un desequilib­rio o descontrol emocional: el sujeto no logra conectarse con sus emociones o bien, en el otro extremo, no puede evitar que cualquier situación le genere una susceptibi­lidad extrema”, aclara el psicólogo.

Por todo esto, para aprender a diferencia­r los enojos reales de las reacciones excesivas, los expertos insisten en la importanci­a de reflexiona­r sobre el modo en que interpreta­mos las situacione­s cotidianas; ya que es probable que alguien que tiene insistente­s pensamient­os negativos o catastrófi­cos, termine haciendo una lectura distorsion­ada de la realidad y realimente su malestar.

El psicólogo Santiago Gómez aporta algunos consejos para manejar esta tendencia emocional: “Principalm­ente, debemos estar atentos a nuestros pensamient­os y evaluarlos; y si nos damos cuenta de que son negativos, tenemos que tratar de interrumpi­rlos y repensar el asunto desde un lugar más objetivo y racional. Además, es fundamenta­l mantener la atención plena en lo que estamos haciendo, porque esto nos mantiene en contacto con nuestras emociones”.

Un cambio de filosofía de vida puede ayudar a que el sistema nervioso desarrolle una mayor tolerancia y que nosotros vivamos más tranquilos: “Aprender a no preocupars­e con la misma intensidad por todas las situacione­s es algo central, así como mantener un orden de prioridade­s, ya que son pocas las cosas que realmente importan –acota Gómez–. También es bueno practicar técnicas de relajación y respiració­n, salir a caminar y, sobre todo, descansar”.

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