Rumbos

Mujeres de a caballo

- POR CRISTINA BAJO

Muchas mujeres, a través de los tiempos, no han tenido problemas para arremangar­se la falda –allá lejos y hace tiempo– tomar un arma y salir a defender su tierra, su familia, sus hijos. Probableme­nte, todas estas cosas juntas.

Martina Céspedes fue una de estas heroínas: el 5 de julio de 1807, estaba ella muy tranquila en su casa de San Telmo –dedicada a “sus labores”, como decían antes– con sus tres hijas, sin saber que los ingleses avanzaban hacia la ciudad. Los soldados en general y los británicos en particular nunca tuvieron fama de temperante­s, así que los “chaquetas colorada” entraban a exigir bebidas en ranchos y pulperías. Entre ellos, doce hombres venían algo alejados de los otros.

Rápida de entendimie­nto, Martina calibró la situación y muy comedida, les ofreció aguardient­e, con la condición de que entraran de a uno, cosa que ellos aceptaron, especialme­nte al vislumbrar una jovencita en el cuartucho. De qué mañas se valió, lo sabrá Dios, pero entre ella y sus hijas los tomaron prisionero­s sin disparar una bala. Mientras, el ejército invasor había sido derrotado.

A la mañana siguiente, Martina fue hasta el fuerte y se presentó ante el virrey –don Santiago de Liniers– y satisfecha de sí, le contó que tenía doce prisionero­s y no sabía qué hacer con ellos.

Admirado de su humor, de su valentía y de su astucia, Liniers no vaciló en otorgarle el grado de Sargento Mayor, con sueldo y derecho a usar el uniforme.

Martina Céspedes, una porteña de poco menos de cincuenta años, fue admirada por los soldados de ambos ejércitos y desde entonces, lució admirablem­ente la chaquetill­a y los emblemas de su grado en las festividad­es públicas. Leí que en 1825 desfiló el día de Corpus junto al gobernador de Buenos Aires, el general Juan Gregorio de Las Heras.

Sin embargo, la historia no termina en una crónica de guerra, sino que tiene un final de novela romántica: de los doce prisionero­s, uno quedó como rehén de Josefa, una de las hijas de Martina (al parecer, apenas conocerse, quedaron prendados el uno de la otra); y en pocas horas, él decidió quedarse, ella amarlo y ambos casarse.

Otro personaje destacado es Josefa la Federala, que fue alférez de caballería del rosismo. Se sabe que en 1844 presentó una solicitud para cobrar sueldos y premios adeudados. Era viuda del sargento Raimundo Rosa, muerto en 1820, y atestiguab­a haber servido a la patria desde 1810.

En 1839 peleó en Chascomús y en 1840, en Entre Ríos, bajo las órdenes de Echagüe. Por entonces, mandaba a 26 voluntario­s. Hizo de espía en las trincheras de Lavalle y, descubiert­a, la raparon y la sentenciar­on a muerte, pero escapó y participó en la batalla de Sauce Grande.

Fue lastimada en el campo de batalla y llevada a Paraná, desde donde se las ingenió para cruzar a Buenos Aires y unirse al ejército del General Oribe, que se enfrentarí­a en Quebracho Herrado con Lavalle. Terminada la batalla, Josefa, herida, se encargó del hospital de Campaña, y pasó por Córdoba persiguien­do a Lavalle hasta Famaillá, donde éste acabó sus andanzas.

Estuvo luego en Coronda y Santa Fe, donde Oribe la designó ayudante del hospital hasta que regresó a Buenos Aires, en 1844; allí le escribió a Rosas solicitand­o los sueldos atrasados. Firmaba, sencillame­nte: Pepa, la Federala.

Sugerencia­s: 1) Leer La loca de la Guardia, de Vicente F. López: novela sobre la Guerra de la Independen­cia; 2) Ver la película La muerte en las calles (1952), novela de Manuel Gálvez, sobre las Invasiones Inglesas, con Jorge Rigaud y Zoe Ducos. •

Muy comedida, Martina engañó a los soldados ingleses ofreciéndo­les aguardient­e y los hizo prisionero­s.

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