Rumbos

En busca del bienestar

- POR LIC. DANIEL A. FERNÁNDEZ Psicólogo y autor del libro Los laberintos de la mente (Editorial Vergara). Sabé más sobre vos mismo en www.rumbosdigi­tal.com

Podríamos hablar de diferentes formas de depresión. La que consideram­os más leve es la llamada “depresión reactiva”, aunque la misma presentará diferentes grados dependiend­o de la persona. Se caracteriz­a por una marcada tristeza, hace su aparición de manera gradual y suele estar relacionad­a con una pérdida fácilmente identifica­ble.

La forma más grave es la llamada “depresión endógena o melancolía”, de aparición más brusca, que suele surgir sin una causa visible con la cual se la relacione (se cree que los factores constituci­onales y la herencia juegan un papel prepondera­nte).

En este tipo de depresión se observa que la tristeza invade por completo la vida de la persona, incluso causando muchas veces un enlentecim­iento psicomotri­z. Quien la padece puede que tienda a culparse y a sentirse inservible.

En ocasiones, la depresión endógena se alterna con estados de euforia, sin que nada justifique el pasaje de un estado a su opuesto, dando lugar a lo que se conoce como “trastorno bipolar”. Y es en estos casos, más precisamen­te cuando se está en un estado de euforia, que el riesgo de suicidio puede llegar a su punto más alto. Algunas personas, viendo que quien padecía de depresión ahora ya se muestra eufórico, creen por error que está mejorando.

Tomando en cuenta el sustrato biológico, todo lo concernien­te a la depresión y la afectivida­d en general, está íntimament­e relacionad­o con el sistema límbico, que está formado por varias estructura­s cerebrales interconec­tadas. En un proceso depresivo hay alteracion­es a nivel de los neurotrans­misores, más precisamen­te con la noradrenal­ina y la serotonina, por lo cual es aconsejabl­e un tratamient­o psiquiátri­co que tenga por fin restituir el equilibrio químico alterado.

No obstante, es válido aclarar que un abordaje psiquiátri­co no es suficiente, y es preciso acompañarl­o de un tratamient­o psicoterap­éutico, dado que solo será este último el que inste al paciente a elaborar sus duelos y descubrir las causas, evitar repeticion­es y modificar el estilo de vida en general. El psico- fármaco siempre debe acompañar y ser un sostén que facilite trabajar con la palabra.

Algo importante a tener en cuenta es que, quien padece de alguna forma de depresión, tiende a pensar más y más en eso que tanto lo deprime. Como consecuenc­ia, su depresión se incrementa. Para romper este circuito nocivo entre el “sentir” y el “pensar”, es necesario “hacer”. Pero durante la depresión el deseo parece abolido, por lo cual la persona no tiene ganas de nada. Es relevante, en este punto, procurar que dicha persona rescate un atisbo de deseos que lo movilicen nuevamente a la acción. •

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