Rumbos

MARIANELA NÚÑEZ

“El escenario es el único lugar en donde puedo ser yo misma”

- TEXTO MARIANA VALLE-RIESTRA FOTO DAMIEN FROST

A los cinco años se calzó las zapatillas de punta y nunca más se las sacó. La mimada primera bailarina del Royal Ballet de Londres pasó por Buenos Aires para cumplir con una agenda hipercarga­da, que incluye funciones en el Teatro Colón y una gira por el interior del país. En el medio, charló con Rumbos sobre sus inicios, las exigencias del oficio, el arraigo al barrio de su infancia, sus amores y un íntimo temor al futuro.

Si la vida de Marianela Núñez se llevara al cine, no habría material suficiente para venderla como un drama. Billy Elliot tuvo que soportar el bullying hasta de su propio padre antes de convertirs­e en un gran bailarín. Nina, el personaje de Natalie Portman en El cisne negro, terminó desquiciad­a por la presión del mundo del ballet. Marianela, en cambio, no parece haber dado un solo paso en falso en toda su carrera, ni arriba ni abajo de los escenarios. La cuarta hija de una familia de San Martín, provincia de Buenos Aires, decretó a los cinco años que sería bailarina clásica. “Era un diamantito en bruto que había que pulir, pero que ya tenía todo: proporcion­es físicas perfectas, elongación, responsabi­lidad, ganas, compromiso”, recordaba hace poco en una entrevista Adriana Stork, su primera maestra. Y no se equivocaba. A los diez años, Marianela ingresó sin mucho esfuerzo al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Cuatro años después, Maximilian­o Guerra descubrió su talento y se la llevó de gira por el mundo. A los quince, la niña prodigio ya bailaba con el Royal Ballet de Londres, una de las cinco compañías de ballet más prestigios­as del mundo. “La claridad y el enfoque ayudaron mucho, pero sí tuve algunos traspiés, no fue todo tan fácil como parece”, intenta

convencern­os Marianela, con una sonrisa tan grande que nos obliga a dudar. Con un casco de moto bajo el brazo, llegó puntual y canchera a nuestro encuento en el porteñísim­o Café Tortoni. No pide más que un vaso con agua y apenas empieza a hablar de ballet, le brillan los ojos como una adolescent­e enamorada.

En febrero, el Royal Ballet la agasajó por sus veinte años de exitosa trayectori­a. “Normalment­e ese tipo de celebració­n se hace cuando una bailarina se retira, nunca en la cumbre de su carrera”, explica. “El embajador argentino y el director de la compañía dieron discursos maravillos­os. Mi familia estaba ahí, mi novio estaba ahí. Fue muy emocionant­e”. ¿Si alguna vez se le pasó por la cabeza cambiar de compañía? Jamás. “¡Es mi casa! Es mi familia. Me abrieron las puertas y me dieron un lugar súper privilegia­do”.

La vida en puntas de pie

Instalada en Londres desde que ingresó al Royal Ballet, Marianela aprovechó el receso de verano para viajar a Buenos Aires a cumplir con una serie de misiones. Entre ellas, inaugurar la segunda Escuela Municipal de Danzas que amadrina en San Martín. “Cada vez que visito las escuelas, se desata un caos. ¡Las alumnas se me acercan, me entregan cartitas!”, cuenta haciendo gestos desde el otro lado de la mesa. “Que las nenas tengan acceso al ballet, que puedan conectarse con sus cuerpos, con la música, me parece muy importante para su educación”, dice, y rememora sus propios comienzos en el mundo de las tiaras y los tutús. “A mí mamá le encanta la danza, ella bailaba folklore y quería hacer ballet, pero mi abuela no la dejaba”. Después de tres hijos varones, llegó Marianela y con ella pudo cobrarse la revancha. A los tres años, la mandó derechito a estudiar ballet.

¿Qué fue lo que te enganchó?

Eso es lo que no puedo decirte, es indescript­ible. Creo que desde chiquita sentía que era ahí donde podía realmente ser yo y entregarme a pleno. Hasta el día de hoy, en los peo- res momentos de mi vida siempre fui al estudio, me agarré a la barra y [suspira] sentí que era mi casa. Más tarde llegó el Royal Ballet. ¿Recuerdas cómo fue tu audición? ¡Sí! Fue en Los Ángeles. Mi familia me hizo elegir entre la fiesta de 15 o el viaje y no tuve que pensarlo mucho. Audicioné durante cinco días. Fue rarísimo porque yo tenía solo quince años y normalment­e se entraba a la compañía con dieciocho. Nadie entendía qué hacía ahí.

¿Te sentías nerviosa, intimidada? ¡Para nada! Era una inconscien­te en esa época [risas]. Además, los examinador­es –muy british esto– no me dijeron nada. Pero yo veía que estaban como sorprendid­os de estar frente a una chica de 15 años. Otros miembros de la compañía también venían y se sentaban a ver. Era algo inédito. Una vez adentro, solo te tomó cinco años llegar a primera bailarina, el escalafón más alto. ¿Tu rápido ascenso generó celos en la compañía? No, porque en el Royal hay mucho lugar para todo el mundo. Somos noventa bailarines. Obviamente llegar al top es muy difícil; solo hay ocho primeras bailarinas y ocho primeros bailarines. Pero a la vez, es una compañía que trabaja muchísimo. Tenemos 150 funciones por año, lo cual le da lugar a muchas primeras bailarinas. O sea, hay competenci­a, pero positiva, linda, que te obliga a estar despierta y no achanchart­e. ¿Películas sobre el mundo del ballet, como El cisne negro, son realistas? Horrific! Casi ni la pude ver. Es crazy, muy angustiant­e. El mundo de la danza no es así. Hay competenci­a como en cualquier carrera, pero nada tan dramático. Lo gracioso es que cuando salió la película mucha gente llamaba al Opera House a preguntar cuándo iba a bailar Natalie Portman El lago de los cisnes [risas]. ¿Cómo fue transitar la adolescenc­ia sobre el escenario?

Fue complicado, pero a la vez muy lindo. Una va creciendo ante los ojos del público. En estos veinte años, la gente que siguió mi trayectori­a paso a paso, me vio crecer no solo como artista sino también como mujer. ¿La compañía les impone límites de peso u otras cuestiones estéticas? No, pero ese es todo un tema para las bailarinas, porque tenemos que estar muy bien estéticame­nte; es un arte visual, las líneas son importantí­simas. Es parte de nuestro trabajo estar delgadas, pero al mismo tiempo tenemos que tener fuerza.

Has contado que en un momento tuviste que bajar mucho de peso.

Sí, durante la adolescenc­ia tenía diez kilos más que ahora. Pero tengo la suerte de tener músculo [se arremanga y muestra unos bíceps que destacan en medio de un brazo flaquito], así que no se me notaba mucho porque estaba fuerte.

¿Sientes que te perdiste de algo al haber empezado tan chica?

No, la verdad que en la adolescenc­ia de todas formas no era de salir mucho, vivía muy enfocada en mi carrera y en encontrar mi camino. A veces pensaba “Uy, ¿será que cuando pasen los años me voy a dar vuelta y voy a querer hacer todo lo que no hice?” Pero no, porque no está en mí. Nunca miré atrás.

¿Y hacia adelante qué ves?

No debería, pero a veces miro hacia el futuro y ahí es cuando me da miedo porque, si bien todavía me falta mucho y voy a hacer todo lo que pueda para cuidarme y extender mi carrera, me pregunto qué es lo que va a pasar cuando no pueda

“ME DA UN POCO DE MIEDO PENSAR EN EL FUTURO. ¿QUÉ VA A PASAR CUANDO YA NO PUEDA BAILAR, QUE ES LO QUE MÁS AMO HACER?”

bailar, que es lo que más amo hacer. ¿Qué es lo que va a pasar? Volvamos a encontrarn­os acá en unos veinte años y te cuento [risas].

Del amor y otros bailes

Mientras charlamos, aparece en escena Alejandro Parente, ex primer bailarín del ballet del Teatro Colón y novio de Marianela desde hace cuatro años. No es su primer amor nacido tras bambalinas. Hasta 2015, estuvo casada con el brasileño Thiago Soares, primer bailarín del Royal Ballet. ¿Es más fácil formar pareja con alguien que comparte la profesión? “La verdad que no busqué que fuera así, se dio naturalmen­te. De hecho, hoy es difícil: Alejandro vive en el otro lado del mundo, él en Buenos Aires, yo en Londres; nos la pasamos viajando. Lo máximo que estuvimos sin vernos fueron dos meses, pero yo casi me muero”, recuerda risueña.

Hace menos de un mes, Parente se despidió de los escenarios con dos funciones de La viuda alegre, ballet que protagoniz­ó junto a Marianela en el Teatro Colón. “Compartir esta noche junto a vos es algo que quedará por siempre en mi corazón”, publicó ella en su cuenta de Instagram, junto a un video en el que se ve a la pareja enredarse en elegantes giros y saltos ante los aplausos del público. ¿Cómo fue bailar con Alejandro? [El bailarín escucha la pregunta y huye. “No quiero condiciona­rla”, se excusa, y se va a pasear por el Tortoni]. Fue increíble. Él tiene mucha magia como artista y como persona. Yo siento que me cambió la vida. La primera vez que bailamos juntos fue también en el Colón, el ballet Don Quijote. Yo tenía 14 años. Él ya era un primer bailarín y yo una nena inconscien­te, pero ya me daba cuenta de que estaba bailando con alguien especial. Y bueno, la vida nos volvió a unir muchos años después.

Ahora va a acompañart­e en tu gira por el interior.

Sí, pero antes tenemos la Gala Solidaria, un evento que organizo cada invierno desde hace cinco años en mi barrio, San Martín, siempre con distintos elencos y artistas invitados. Al principio tuve miedo porque es en un estadio grande, pero desde el primer año se re llenó y hasta el día de hoy son dos funciones con 4 mil espectador­es cada una. Esta vez el espectácul­o será a beneficio de una red de hogares de la zona.

¿Y después para dónde parten?

Del 17 al 31 de agosto, con Alejandro y otros invitados, vamos a estar de gira por Corrientes, Salta, Rosario y Mar del Plata. Después cruzo el charco y bailo con el Ballet Nacional del Sodre, de Uruguay.

¿Te sientes conectada con tu público de las provincias?

¡Sí, es increíble! Todos los años hago algo por el interior. Desde 2014 que voy tocando distintos puntos del país. El año pasado no hice una gira pero fui a Córdoba e hice dos funciones de Giselle, con la compañía de ballet. Ahora con Youtube y las redes sociales la gente sigue mi carrera paso a paso. Saben lo que hago más que yo misma. Entonces poder estar ahí presente es súper emocionant­e. ¿Qué te parece que le falta al ballet argentino para desarrolla­rse? Creo que hay muy buenos maestros y mucho talento. Prueba de eso es que haya tantos bailarines argentinos por el mundo. Pero falta que haya más espacio para desarrolla­rse. Que le den un espacio más grande a la cultura. Te contaba que el Royal Ballet tiene 150 funciones al año, igual o más que la ópera. [Alejandro la ayuda: “Acá, el Ballet del Colón siempre está luchando por tener su lugar, siempre está detrás de la ópera o incluso de la música”]. Cuando asumió la directora actual, Paloma Herrera, tenían 27 funciones. Ella logró que ahora tengan unas 60.

¿Qué es lo que se viene en tu carrera? Seguir creciendo como bailarina y disfrutar de esta carrera, que dentro de todo es corta. La próxima temporada se vienen ballets nuevos, filmacione­s, giras. Y me encantaría que me sigan abriendo el Colón para venir cada año como invitada.•

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