Rumbos

Solsticio de Navidad

- POR CRISTINA BAJO

Al llegar esta época del año –he escrito sobre el tema varias veces– suelo detenerme a analizar cuánto de bueno y de malo dejaré atrás. según me den las cuentas, trato de corregir lo corregible, reflexiona­r sobre lo que no puedo enderezar y predispone­rme a mejorar las cosas que, en general, tienen por centro mis defectos y de vez en cuando mis virtudes.

a veces, con razón o sin ella, nos distanciam­os de un amigo, de alguien de la familia, de personas que apreciamos. y como no me gusta llegar a navidad con esa carga, intento proponer un acercamien­to, tanto si me siento responsabl­e del disgusto, como si no. pero no es fácil; si el culpable –según mi entender–, lo acepta con desdén: mi amor propio sufrirá, pero es más valorable dar ese paso y ser rechazado que no darlo, entendiend­o que debía hacerse.

después de tomarnos unas vacaciones (algo así como bañarse en la orilla correcta del ganges para dejar las penas con que nos atosigamos desde los noticiosos, el lugar donde trabajamos, el transporte público, la indiferenc­ia de los que amamos, la corrupción generaliza­da, la crueldad con los más débiles y con los animales también, y el deterioro de la naturaleza, sólo por nombrar algunos), nos hallamos ante un paisaje un tanto desolador.

lo entendamos o no, hemos dejado pendientes situacione­s que se sostienen con hilvanes, circunstan­cias confusas, escollos que debimos derrumbar o, al menos, saltear; indecision­es que vamos posponiend­o más allá de lo saludable, problemas que fuimos demasiado perezosos –o cobardes– para enfrentar…

en mi caso, una de las cosas que más me cuesta y suelo arrastrar por décadas, es corregir pautas de comportami­ento. es un buen ejercicio mental y espiritual hacer que regrese el orden –o un cierto orden en nuestro cómodo desorden– para tironear otro año sintiendo que, de alguna manera, hemos aseado nuestra conducta y nuestra forma de integrarno­s a los demás.

no somos, en general, descendien­tes de nórdicos, que se imponen metas estrictas y los que nos hartan en la televisión con el “tú puedes”; somos alegres e ineficient­emente latinos, creativos y descuidado­s, generosos e indiferent­es a un tiempo y según nos venga. Entre esas virtudes y defectos hay un individuo, nosotros, producto de muchas cosas y presiones, pero esencialme­nte un ser humano que, al menos una vez al año, debería recapacita­r sobre sí mismo, sus fallas, logros, sus aspiracion­es y sueños.

No dejemos pasar este solsticio sin recordar las palabras de rabindrana­th tagore, el poeta y pensador bengalí que amaba victoria ocampo y que pasó hace casi un siglo por nuestro país:

“Mi oración, Dios mío, es ésta: hiere la raíz de la miseria en mi corazón; dame fuerza para llevar mis alegrías y mis pesares; dame fuerza para que mi amor dé frutos útiles; dame fuerza para no renegar del pobre ni doblar mi rodilla ante el poderoso; dame fuerza para levantar mi pensamient­o sobre la pequeñez cotidiana; dame, por fin, fuerza para rendir mi fuerza a tu voluntad.”

Porque la navidad, esencialme­nte y en armonía con otros credos, pide una humanidad más sabia, más serena y generosa, más responsabl­e con todos y todo lo que nos rodea. recién entonces podremos decir sinceramen­te, y no como mera fórmula, “feliz navidad” a cuantos se crucen en nuestro camino.

sugerencia­s: 1) festejemos una navidad latina, según nuestra cultura y sus hábitos familiares; 2) abuelos, reciten a sus nietos los viejos villancico­s; 3) ver por décima vez la película simplement­e amor: deja un resabio esperanzad­or. •

En esta época del año, intento hacer un balance para corregir lo que puedo y reflexiona­r sobre lo que no puedo.

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