Arteches y Bonifattis
Plata dulce debería ser materia obligatoria en todas las universidades argentinas. Y, si me apuran, también de los colegios secundarios. No hay texto académico ni panelista televisivo que explique mejor que esta película la raíz de las cíclicas catástrofes económicas y sociales de este bendito país. Estrenada en 1982, es la precuela natural de la Odisea de los giles, el filme que en estos días convulsos estuvo evocando las tragedias cotidianas del penúltimo de estos derrumbes tan nuestros, el de 2001. Plata dulce cuenta la historia de Bonifatti y Molinuevo (interpretados por Federico Luppi y Julio De Grazia), dos arquetípicos empresarios pyme que con el sudor de su pequeña fábrica mantienen una existencia honesta, aspiracional, de asados familiares y el sueño de que sus hijos vivan mejor que ellos. Hasta que Bonifatti se topa con Arteche (el inolvidable Gianni Lunadei, merecedor de la puteada más legendaria del cine argentino) un viejo conocido que lo seduce en un negocio de especulación financiera que acaba con la fábrica cerrada, los ahorristas estafados y Arteche fugándose con los dólares a Nueva York. Nada que cualquier argentino de más de 40 no sea capaz de intuir a mitad de la película. “Con una buena cosecha del campo nos salvamos todos”, “¡El dólar se va para arriba!”, son frases de Plata dulce que ahora resuenan como un déja vu en eterno retorno. Tanto como la evidencia de que siempre pierden millones de Bonifattis y Molinuevos cuando ganan unos pocos Arteches. •