Música para viajeros
Una noche de verano me lo topé ensayando con su banda en el paseo Marítimo de Barcelona. En plena calle, como si nada. Eran los años 90, tiempos de una generación que había abrazado el mito iniciático del “viaje” gracias a las ventajas del dólar 1 a 1. Y Manu Chao nos ponía la banda de sonido: ritmos de África y América con letras en francés, portugués y spanglish. Sus canciones abonaban la idea de que vagar por el mundo con una mochilita en la espalda era la mejor universidad posible para insertarse críticamente en la era de la Globalización. Lo mismo le cantaba a los suburbios de París que a las calles de Tijuana y a las fronteras calientes de todas partes. Su disco Clandestino funcionó como un GPS de lugares para ir en busca de experiencias lo más “vivas” posibles. Un mapa para Robinsones post hippies que, sin saberlo, protagonizaban las últimas travesías “románticas” antes de la irrupción del turismo masivo y la sobreinformación digital. Hace unos días volví a escuchar Clandestino, que Manu Chao acaba de reeditar con tres nuevas canciones (“Bloody Bloody Border”, “Roadies Rules” y una versión de “Clandestino” con Calypso Rose, una legendaria cantante de Trinidad y Tobago). Sigue siendo un disco fantástico, de esos que capturan el espíritu de una época. Y provoca ese placer melancólico de recordar quienes fuimos, a través de las cosas -los amores, los amigos, los lugares y las músicas- que nos han convertido en quienes somos. •