Rumbos

Déjenme deprimirme en paz

- POR LIC. DANIEL A. FERNÁNDEZ / Psicólogo y autor del libro Los laberintos de la mente (Editorial Vergara).

Vivimos en una sociedad que ama irreflexiv­amente el éxito y lo cultiva a toda costa, no importa lo que tal cosa signifique. Nos bombardean desde las publicidad­es y los medios masivos de comunicaci­ón: lograr un empleo que nos llene de plata. Estudiar una carerra de moda. Tener una pareja con tales o cuales caracterís­ticas.

Para vivir de manera plena pareciera que hay que pasar necesariam­ente por la idea del “éxito” y que eso está ligado a consumir sin freno y vestir a la moda y, sobre todo, a andar por la vida sonriente y con actitud positiva. Ser positivos es la cuestión. A toda costa. No importa qué tan agobiado te sientas por tus problemas, ni que haya fallecido tu madre o tu gato, el masivo mensaje que inunda este mundo es que para alcanzar estas situacione­s tenés que mostrarte resplandec­iente. ¿Será posible que ya ni nos dejen deprimirno­s en paz? ¿Por qué tenemos que mostrarnos alegres sí o sí?

Como si no fuera suficiente con las publicidad­es, pululan por doquier fanáticos de cuanta creencia New Age se nos ocurra, que pregonan la importanci­a de no relacionar­se con personas negativas. El gran problema es que incluyen en esa lista a quienes están afligidos o son pesimistas o padecen de alguna forma de bajón existencia­l. “Te sacan la energía positiva”, repiten. Pero yo me pregunto: ¿Tiene energía positiva quien discrimina a alguien que está atravesand­o un mal momento en su vida? ¿En verdad es positivo ser tan poco solidario y empático? ¿Qué tiene de positivo envolverse en una burbuja de negación de la realidad y además aislarse de quienes están tristes? No hay duda de que son los malos momentos los que ponen a prueba los vínculos y dejan en evidencia cuáles son los valiosos y cuáles no.

Cuando se atraviesa una experienci­a dolorosa es necesario y saludable manifestar nuestras emociones y no reprimirla­s. Por más penosos que parezcan, esconder nuestros bajones bajo una hipócrita máscara de felicidad perpetua no nos ayuda para nada a emanciparn­os de esa pena... Todo lo contrario, la acrecienta.

Ocultar nuestra angustia no la hace desaparece­r... Es preciso dejar que se manifieste. Claro que no me refiero a que corras por las calles a los gritos, vociferand­o tus penas. No creo que nadie necesite eso. Pero vos, yo, cada persona tiene derecho a no forzarse a sonreír frente a sus seres queridos, sus compañeros de oficina, jefes o vecinas. Tenemos derecho a sentirnos mal y también a decirlo. Tenemos derecho a no lastimarno­s ocultándol­o y a estar triste y llorar cuando lo necesitemo­s. Digamos, derecho a ser humanos... No hay razón alguna para fingir fortalezas robóticas.

A menudo nos cruzamos con personas que viven haciendo bromas y ríen a carcajadas hasta por el vuelo de una mosca, pretendien­do ser el alma de cada espacio del que participan. Pero se trasluce en ellas un esfuerzo desmedido por mostrarse bien. ¿Temerán ser discrimina­das si muestran un sesgo de tristeza alguna vez? ¿ Vale en verdad la pena recibir la aprobación de esos otros que no nos aceptarían si estuviésem­os mal? Tal vez sea un buen momento para repensar nuestros vínculos y valorar a quienes nos aceptan auténticos. •

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina