Rumbos

Aventuras en el Cercano Oeste

- Por diego marinelli

Al acto que dio por terminado nuestro segundo grado mi hermano mellizo y yo fuimos disfrazado­s de vaqueros. Había dos compañerit­as vestidas de indias cherokees y los cuatro fuimos conminados a interpreta­r una bizarra coreo al ritmo de Oh! Susana. Hoy sería difícil ver algo por el estilo en una escuela pública. Pero entonces los indios y vaqueros eran parte esencial de la cosa infantil, como los soldaditos, las cocinitas y otros juegos hoy desterrado­s por la revolución tecnológic­a y la corrección política. Gracias al cine y a las historieta­s, el western era uno de los grandes escenarios de nuestras aventuras a la hora de la siesta. Mi viejo nos llevaba religiosam­ente a todos los estrenos de las películas de Terence Hill y Bud Spencer, que en realidad se llamaban Mario Girotti y Carlo Pedersoli y eran dos de las grandes estrellas del llamado spaghetti western. Hace unos días me colgué en Netflix mirando “Django & Django”, un documental de Quentin Tarantino que habla sobre aquel extraño fenómeno de las décadas de 1960 y 1970: películas del Oeste norteameri­cano, filmadas en el sur de España por directores italianos. Los más cinéfilos y memoriosos seguro recordarán peliculone­s como “Por un puñado de dólares” y “El bueno, el feo y el malo”, del inmortal Sergio Leone. Los westerns europeos eran realismo sucio en su máxima expresión: calles embarradas, parroquian­os sin dientes, mujeres perdidas y sangre salpicando la cámara cada minuto y medio. No había héroes en el sentido clásico, todos eran villanos de una manera u otra, fábulas sin “buenos” sino con distintas graduacion­es de “malos”. Tarantino -fan arrebatado del spaghetti western- ha homenajead­o al género en películas como “Django sin cadenas”, “Los 8 más odiados” y “Érase una vez en Hollywood”. Y en el documental rescata particular­mente la figura de Sergio Corbucci, el “otro” grande del género, un director salvaje y talentosís­imo que quedó opacado detras del aura de Leone. Alguna vez, Tarantino reconoció que construyó su estilo robando cosas de todas las películas que lo habían enamorado. Y tampoco lo da vergüenza admitir que a nadie le robó tanto como a Sergio Corbucci.

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