La Voz del Interior

Las fragilidad­es sociales detrás de la violencia urbana

El trasfondo social del asesinato de Braian Gorosito, en villa Monja Sierra. Drogas y tiros, en un contexto de degradació­n estructura­l.

- Juan Federico jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

La secuencia, en unas pocas líneas, suena tremenda.

Martes 12 de este mes, a las 19. Tamara (20) limpia su casa, tras dejar a su pequeña beba, Oriana, de cinco meses en la casa de su suegra, donde descansa su pareja, Braian Gorosito (18).

De pronto, dos jóvenes irrumpen en la pequeña vivienda ubicada en el corazón de la villa Monja Sierra (también llamada “Hermana Sierra”), en la zona noroeste de la ciudad de Córdoba, a pocos pasos de Donato Álvarez. Un sector marginaliz­ado que no deja de expandirse.

“Dame la plata, la plata grande”, pide el que lleva la voz cantante.

Tamara los conoce, porque son sus vecinos. Dinero no encuentran, por lo que la atan y la golpean, entre otras agresiones.

Una vecina escucha sus gritos de auxilio. Cuando llega, los ladrones ya no están. Llama a un móvil policial, que cuando arriba se topa con la reticencia de la víctima a formular cualquier denuncia. En minutos se entenderán sus motivos.

Ya en la oscuridad, vuelven los delincuent­es. “Vos batiste la cana”, le gritan. Ellos sí creen que fueron denunciado­s, porque vieron el patrullero estacionad­o.

Un escopetazo y varios tiros surcan la fachada de la precaria casa. Aceleran la moto y levantan tierra en medio de las aguas servidas que siempre dejan un surco en las calles sin forma.

El miércoles vuelven a amenazar. Tamara se apura a entrar con su beba y sus pequeños hermanos que recién asoman al metro de altura. Otra vez tiros.

Braian la tranquiliz­a. Le dice que se va a tener que ir un tiempo de la villa, a lo de una tía, que él se va a encargar.

Pero no hay tiempo. El viernes a las 16, el joven duerme en la casa de su madre, Carmen, a dos cuadras del hogar que formó con Tamara. Los tiros lo sobresalta­n, pese a que allí todos están acostumbra­dos a las balaceras.

“Los chicos pequeños no le tienen miedo a las balas, acá. No les queda otra”, advierte una vecina cuando se la consulta sobre cómo se previenen ante tanta violencia latente.

Pero esta vez, Braian sabe que su mujer está bajo fuego.

¿Por qué tanta saña? ¿Qué era esa “plata grande” que los delincuent­es pedían?

En la fiscalía de Distrito 4 Turno 6, a cargo de Jorgelina Gutiez, aún no lograron encontrar pistas en torno a estas preguntas.

“Acaso nunca sepamos el motivo del robo”, advierte un investigad­or.

Nada justifica lo que sucedió ni lo que está a punto de pasar.

Pero entender los contextos muchas veces lleva a comprender las fragilidad­es estructura­les en las que se sobrevive en muchos sectores de la ciudad de Córdoba.

Braian escucha los tiros, sale corriendo y en segundos ya está parado frente a los agresores, los mismos que le robaron y agredieron a Tamara, aquellos que hace dos noches le tirotearon su casa.

Quiere pelear mano a mano. Se levanta la remera para demostrar que no está armado.

Pero uno de los otros le apunta con una pistola nueve milímetros. Quiere escapar y lo ejecutan por la espalda. Buena parte de la villa presencia todo.

Trastabill­a y cae. Morirá minutos después. A su lado queda una pistola 22 tirada. Nadie quiere explicar de dónde salió.

Fuego

Sus amigos y allegados buscan revancha. Durante las próximas 72 horas arderán tres casas y otras dos serán demolidas. Todo en un contexto donde fuertes y débiles viven sumergidos en la indiferenc­ia del resto de la sociedad.

“Entregalo porque nos van a golpear a los chicos”, suplica por WhatsApp la madre de uno de los sospechoso­s.

El audio se filtra porque un teléfono terminó en otras manos.

Leandro Coronel (19) y José Contreras (19, alias “Cavallo”) quedan presos e imputados por el crimen.

En las grabacione­s, también se escucha de una granada. Los chicos y más grandes de la villa salen a buscarla. Y el jueves la encuentran. Explosivos de la Policía advierte que estaba inutilizad­a.

Braian iba a la iglesia evangélica del barrio. Quería terminar de estudiar en el nocturno. Hace un año y medio que su madre había logrado “enderezarl­o”, tras un largo tiempo de consumo de drogas, según cuenta ahora Carmen.

“La droga te lleva al cementerio, al hospital o a la cárcel”, le insistía.

“Tanto esfuerzo para sacarlo y me lo matan así”, resume la mujer, sin lograr procesar todavía todo lo que ha pasado en estos días.

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(RAMIRO PEREYRA) Dolor. La madre de Braian y la novia del joven, con la que tuvo una beba, relataron la espiral violenta de los días anteriores al asesinato.

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