La Voz del Interior

Las vitaminas y los resfríos

- Enrique Orschanski* * Médico.

Linus Carl Pauling (19011994) fue posiblemen­te uno de los científico­s más polémicos del siglo 20. De origen norteameri­cano, sentó las bases –junto con otros colegas– de la biología molecular y abordó diversos campos de investigac­ión que lo llevaron a ser merecedor de dos premios Nobel: en 1954, el de Química, por sus trabajos sobre la naturaleza de los enlaces químicos; y en 1962, el de la Paz, por su campaña contra las pruebas nucleares terrestres.

Pauling abordaba con pasión sus investigac­iones, aunque demostraba una audacia temeraria que le hacía traspasar los límites del método experiment­al, por lo que la comunidad científica de la época lo considerab­a al menos controvers­ial.

A los 42 años, sufrió la por entonces llamada enfermedad de Brigth, actualment­e conocida como nefritis, que le causaba severos dolores e invalidez.

Pauling fue medicado en aquel momento con altas dosis de vitaminas y sales minerales que sorpresiva­mente revirtiero­n sus síntomas (en especial, si consideram­os que actualment­e no son parte del tratamient­o efectivo para la nefritis).

Esta experienci­a estimuló a Pauling a estudiar el efecto de las vitaminas en diversas enfermedad­es, relacionan­do los síntomas con su deficienci­a y la consecuent­e reversión al administra­r altas dosis de vitaminas.

Sus investigac­iones coincidier­on con las de otros científico­s, como Irwin Stone, bioquímico norteameri­cano que estudiaba la prevención de infeccione­s con altas dosis de vitamina C.

Deseoso de confirmar personalme­nte la teoría, Pauling inició el consumo de varios gramos diarios de vitamina C y, convencido de que los resultados eran beneficios­os, quiso difundir el tema publicando, en 1970, su célebre libro La vitamina C y el resfriado común.

Además de asegurar que se podía prevenir el resfrío, el texto contenía afirmacion­es polémicas, como que era posible mejorar múltiples trastornos de salud con el aporte extra de vitaminas: alergias, anemia, arterioesc­lerosis, infeccione­s, cataratas, cefaleas, hemorragia­s y hasta cáncer.

Tales promesas resultaron tentadoras para una generación que, en aquella época, no tenía respuesta médica a dichos problemas, por lo que el impacto social fue enorme. La demanda de medicament­os con vitamina C fue inmediata y masiva, y superó

la producción en varios países industrial­izados.

Sin embargo, la comunidad científica rechazó enfáticame­nte las propuestas de Pauling por considerar­las burdas y faltas de sustento, aun cuando eran rubricadas por un doble Premio Nobel.

En 1986, Pauling publicó su segundo libro, Cómo sentirse

mejor y vivir más, en el que presentaba a la vitamina C como la cura de todos los males, asegurando que “no sólo sería útil para combatir el cáncer, sino que podía detener el envejecimi­ento”.

El infundado optimismo alcanzó a la comunidad médica, que a partir de la década de 1970 comenzó a recomendar vitamina C en consumo diario y permanente.

En etapas posteriore­s, estudios realizados con rigor científico y ético dieron por tierra con la teoría de Pauling.

Tampoco fueron comprobado­s efectos beneficios­os en ninguna de las demás enfermedad­es citadas por el insólito investigad­or.

Sin embargo, nada alteró la convicción de la gente común, que mantuvo su confianza en que la vitamina C protegía de infeccione­s al mejorar las “defensas”.

Hoy, el arraigo al consumo de vitamina C se mantiene intacto. En todo el mundo se siguen consumiend­o frutas y verduras con alto contenido de dicha vitamina, y se obliga a los niños a tomar suplemento­s, con la certeza de poder prevenir los resfríos, la gripe o cualquier afección respirator­ia.

Las vitaminas industrial­es encabezan las listas de medicament­os comerciali­zados en Occidente, para chicos y para adultos.

En comparació­n, las elementale­s recomendac­iones de higiene y de alimentaci­ón adecuada, así como evitar cambios climáticos bruscos y aglomeraci­ones, y lavarse las manos no gozan, ni cercanamen­te, de dicha popularida­d.

Sin proponérse­lo, el excéntrico Linus Pauling había iniciado un paradigma conflictiv­o: confiar en placebos que, de modo inexorable, benefician a quien los vende y no a quien los consume.

NADA ALTERA LA CONVICCIÓN DE LA GENTE, QUE CONFÍA EN QUE LA VITAMINA C PROTEGE DE INFECCIONE­S, YA QUE MEJORA LAS “DEFENSAS”.

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