La Voz del Interior

César y Milagro

Edgardo Moreno

- Edgardo Moreno

No lo hará Cristina Fernández. Ni Hebe de Bonafini ni Estela de Carlotto. Si los Tribunales federales de Córdoba deciden que César Milani debe seguir detenido, ningún referente de la política de derechos humanos de la década pasada iniciará ninguna campaña para su liberación con una máscara similar a la que hicieron para reclamar por Milagro Sala.

La defensa de quien fue jefe de la Inteligenc­ia Militar y luego de todo el Ejército, pese a las objeciones por su actuación durante la última dictadura, pidió la detención domiciliar­ia citando doctrina de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos.

Es que la Corte Suprema argentina ha venido sosteniend­o un criterio menos concesivo sobre la libertad a los imputados por delitos de lesa humanidad.

Esta diferencia emerge en un momento clave. El máximo tribunal argentino acaba de emitir un fallo de especial relevancia. Estableció que la Corte Interameri­cana no es una cuarta instancia de apelación local y rechazó revocar una sentencia propia, en una decisión que le valió críticas como las del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels), que la consideró como una “regresión en la jurisprude­ncia” argentina sobre el sistema interameri­cano de derechos humanos.

La Corte Suprema explicó que su resolución “no implica negar carácter vinculante a las decisiones de la Corte Interameri­cana, sino entender que la obligatori­edad que surge del artículo 68.1 (de la Convención Americana de Derechos Humanos) debe circunscri­birse a aquella materia sobre la cual tiene competenci­a el tribunal internacio­nal”.

El juez Raúl Zaffaroni, exintegran­te del máximo tribunal argentino y ahora miembro de la Corte Interameri­cana, criticó el fallo. Reclamó que las decisiones de la Corte Interameri­cana se apliquen sin las reservas que acaba de advertir la Corte Suprema argentina.

Tampoco él dirá nada sobre Milani. Llegado el caso, Zaffaroni tendría que optar entre la jurisprude­ncia regional a favor de su libertad y la que firmó en sus tiempos en la Corte argentina, a favor de la detención.

Y no es que Zaffaroni sea hombre de cuidarse como magistrado en el anticipo de opinión. En el caso Milagro Sala, no sólo hizo pública militancia a favor de su liberación. También sugirió caminos jurídicos para obtenerla: acudir a la Corte Suprema argentina, para que le reconozca a Sala fueros como parlamenta­ria del Mercosur. Como tenía José López, el de los bolsos.

O para que una previsible declaració­n de incompeten­cia –en respeto de los procesos todavía en curso en la Justicia provincial jujeña– habilite el pedido de una cuarta instancia de hecho ante el tribunal regional, que él mismo integra.

Zaffaroni asimiló los procesos contra Milagro Sala a los que se han iniciado contra la expresiden­ta Cristina Fernández, a la que acompañó en el acto público que ella montó en su primera comparecen­cia ante el juez Claudio Bonadio.

La lógica que aplica Zaffaroni es explícita: el liberalism­o doctrinal se esfuerza por mantener la pureza de sus principios sobre la independen­cia de poderes y el cumplimien­to de las leyes para mejor ocultar la opresión. Un gobierno que –según su mirada– gobierna sólo para los sectores más concentrad­os de la economía, usa las leyes al mero efecto de hostigar a los luchadores sociales.

Por eso existe la máscara para reclamar por Milagro Sala y no aparecerá jamás una por César Milani. Por mucho que el general se enardezca en su discurso nacional y popular, fue para el kirchneris­mo sólo un espía necesario. En su caída, nadie lo reconocerá como propio.

El sociólogo Marcos Novaro describió hace poco con precisión la consecuenc­ia de esta lógica: si fracasan en juzgar y condenar a Sala, será más fácil detener los juicios contra Cristina y sus funcionari­os.

Pero advirtió que hay un efecto aún más relevante. Si se detiene a la Justicia jujeña, el colectivo social del reclamo con máscara seguirá siendo el mejor contrapode­r de las institucio­nes liberales. De las que ese colectivo se vale al sólo efecto de construir las condicione­s favorables para su detonación.

El azaroso contraste que ofrecen ahora las prisiones de Sala y Milani exhibe la duplicidad moral del kirchneris­mo y de su política de derechos humanos.

Un cinismo ético autojustif­icado en el relato de una supuesta revolución. Argumentan­do, como el filósofo Maurice Merleau Ponty, que una revolución no define el delito según el derecho establecid­o, sino según el de la sociedad que pretende instaurar.

César Milani fue para el kirChneris­Mo sólo un espía neCesario.

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(Fotomontaj­e de diego Forti)
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