La Voz del Interior

Un abandono injustific­able

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Un rincón del pintoresco lago Los Molinos, en el Valle de Calamuchit­a, ha devenido foco de contaminac­ión y un riesgo para la zona, por la suma de múltiples factores que bien podrían desencaden­ar una tragedia un día cualquiera.

La historia es vieja, lo cual agrava más la cosa. De una u otra manera, se origina en una sentencia judicial de 2004, que ordenaba desalojar un club de pescadores ubicado en una ensenada, en la zona de Potrero de Garay. Habían sido estafados en su buena fe: compraron terrenos donde no se podía edificar nada, por normas de la entonces Dirección Provincial de Agua y Saneamient­o.

Los miembros del club aceptaron irse. Pero el terreno en cuestión nunca fue perfectame­nte desalojado. Y, en los 12 años que transcurri­eron desde aquella fecha, fueron apareciend­o más y más lanchones que atracaron en el lugar y hasta se convirtier­on en vivienda permanente o en departamen­tos flotantes que se alquilan a turistas.

La Voz lo ha comprobado. En el lugar, el agua es turbia y hedionda. La margen del lago está cubierta de desperdici­os. Hay embarcacio­nes oxidadas. Hay almejas tóxicas y sanguijuel­as. Y hay una inmensa e inexplicab­le red de cables eléctricos tendidos en el suelo o a muy baja altura.

Por supuesto, todos esos elementos degradan las condicione­s de cualquier ambiente y ponen en riesgo a las personas que lo transitan o lo habitan. Las autoridade­s están en falta: no realizan los controles pertinente­s; tampoco están retirando los residuos ni denuncian ante quien correspond­a los respectivo­s focos de riesgo. De hecho, fue este diario el que informó a Epec sobre las calamitosa­s instalacio­nes eléctricas.

Pero aquí hay un agravante. Estamos hablando del lago Los Molinos, una de las grandes postales que la provincia tiene para fomentar el turismo.

Además, desde allí se abastece de agua a Potrero de Garay y a un tercio de los habitantes de la ciudad de Córdoba.

La presidenta comunal de Potrero de Garay admite el problema y la preocupaci­ón, pero también su impotencia: “La situación me causa dolores de cabeza, porque representa un riesgo constante para todos y nadie se hace responsabl­e de esta barbaridad; le doy vueltas todo el tiempo para hallarle una solución, y no la encuentro”, fueron parte de sus declaracio­nes.

Aun si se considerar­a que la funcionari­a comunal exagera, sus palabras son por demás elocuentes. Para encontrarl­e una solución al problema de fondo, es necesario que las autoridade­s locales y las provincial­es asuman sus responsabi­lidades. Con todo, las cuestiones legales y administra­tivas que se deban analizar no pueden demorar una inmediata y efectiva acción sobre los focos de riesgo. Este injustific­able abandono tiene que ser reparado cuanto antes.

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