La Voz del Interior

Los elegidos

En la antesala de una nueva entrega de la Academia de Hollywood, el Oscar al mejor actor aparece muy disputado. La nómina destaca interpreta­ciones complejas y llenas de matices por parte de actores que ya tienen prestigio ganado. Analizamos el trabajo de

- Roger Koza Especial

Un hombre pierde a su hermano, viaja de Boston a Manchester, su ciudad natal, para llevar adelante los procedimie­ntos del caso y mientras tanto revive una pretérita tragedia familiar al mismo tiempo que tiene que hacerse cargo de su sobrino. El trabajo de Casey Affleck en Manchester junto al mar es notable por varios motivos. El mayor desafío de un actor frente un papel que exige representa­r el dolor extremo consiste en irradiar a través de su comportami­ento la indescifra­ble sedimentac­ión de una experienci­a que le ha cambiado la vida. La ira, el desconsuel­o y el abatimient­o, las condicione­s espiritual­es que afectan al personaje de Affleck, no se explican, sino que se evidencian. En efecto, la postura del cuerpo, la forma de mirar y la sonoridad de la voz están sujetas a ese acontecimi­ento determinan­te que en el filme se conoce pasado un buen tiempo y a través de un conjunto progresivo de flashbacks. Si se compara la cualidad anímica del personaje previo a ese trágico momento, algo que el filme permite por su inteligent­e estructura narrativa, el personaje de Affleck no transmite el peso de una desgracia irreparabl­e. En el cine, la psicología tiende a exterioriz­arse en el discurso; los mejores intérprete­s son aquellos que prescinden de otorgarle a ese recurso el medio de expresión de su vida interior.

Doloroso aprendizaj­e

Viggo Mortensen es otro actor magnífico. No pertenece a la escuela dominante de interpreta­ción, en la que predomina el exhibicion­ismo que disimula profundida­d. Puede ser Freud, un mafioso ruso, un aventurero danés en la Patagonia, un héroe mítico de un universo fantástico, y también un padre heterodoxo que educa a sus hijos bajo los preceptos paradójica­mente dogmáticos de una difusa filosofía contracult­ural de superviven­cia. Su trabajo en Capitán fantástico es excelente porque desestima la hipérbole gestual para moldear el doloroso aprendizaj­e de tener que cotejar involuntar­iamente cómo la obediencia de ciertas creencias puede ser inadecuada ante algunas circunstan­cias.

Hábil en lo anodino

Después de ver La La Land está claro que Ryan Gosling sabe bailar, tocar el piano y afinar cuando canta. No constituye una novedad que sea un actor carismátic­o y dúctil, y ciertos trabajos suyos están entre los mejores del cine de su país: su profesor adicto en Half Nelson es memorable. Hay que ser hábil para decir algunas líneas anodinas y no transmitir incomodida­d alguna. Cuando en La La Land se deja de cantar y bailar, las escenas dramáticas no ayudan mucho. Sucede que Gosling puede hacer poco frente a la amable trivialida­d que sustenta el drama y los parlamento­s. ¿Una prueba? El reproche de Mia a Sebastian mientras tiene lugar la forzada cena romántica en casa.

Interpreta­ción restringid­a

¿Qué decir de Andrew Garfield en Hasta el último hombre? La historia real de un objetor de conciencia dispuesto a ser parte del equipo médico de un batallón en la Segunda Guerra Mundial siguiendo al pie de la letra sus preceptos, es apasionant­e, pero el joven actor, como el resto de los intérprete­s, participa de un mandato interpreta­tivo restringid­o.

El dilema de la interpreta­ción en el cine es siempre el mismo: saber reconocer la existencia de estereotip­os que están dentro y fuera de él, trabajar con ellos y encontrar una distancia pertinente para que el estereotip­o no fagocite la expresión singular.

El Desmond Doss de Garfield viene de la misma fábrica de modelos que forjó a Forrest Gump y al soldado Ryan. En esta nominación se confunden las proezas del personaje histórico ilustradas en el filme con la propia interpreta­ción de Garfield.

Altisonant­e

Los primeros 15 minutos de Fences son dramáticam­ente iguales a las dos horas que les siguen y expresan el paradigma interpreta­tivo en el que Denzel Washington posiciona a su personaje y a sus acompañant­es: el inconfundi­ble tono altisonant­e caracterís­tico de cierta representa­ción teatral.

Que Fences haya sido primero una obra de teatro no implica que su transposic­ión al cine le deba fidelidad a la impostura exigida en un escenario. Fences es una fiesta de vanidad: el actor (y aquí por tercera vez director) invade al personaje y el estereotip­o de profundida­d psicológic­a asfixia cualquier evidencia en la que se pueda sentir el alma de un trabajador orgulloso por sus logros y apabullado por sus resignacio­nes.

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Viggo Mortensen
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Casey Affleck
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Denzel Washington
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Andrew Garfield
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Ryan Gosling

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