Cámaras lusitanas, placeres garantizados
Comienza la Semana del Cine Portugués con títulos extraordinarios. La versión de “Las mil y una noches” en una trilogía es una cita obligada para los cinéfilos.
A lo largo del tiempo, las naciones consiguen aislar una cualidad que las identifica. Es inverificable que todo portugués sea alguien sumido en la nostalgia, pero el término “saudade” ha devenido cifra espiritual de los lusitanos. La razón por la cual el cine portugués es tan extraordinario también incita a la especulación. ¿Será el mar? ¿La ubicación geográfica? A menudo se desestiman el clima y la geografía como factores que moldean el estilo. Los cineastas portugueses filman con aplomo, navegan en las aguas del cine como si les pertenecieran. Lo que sí es verificable es que todos ellos han pasado por la mítica cinemateca de Lisboa, un envidiable lugar de entrenamiento.
La cuarta edición de la Semana del Cine Portugués, organizada por la compañía Vaivem y el Cineclub Municipal Hugo del Carril, presenta seis películas recientes, con muchos títulos sobresalientes. No solamente la magnífica trilogía de Miguel Gomes en la que se apropia de Las mil y una noches para representar lúdicamente los efectos de una crisis económica que amenaza a Europa desde hace ya unos años, cuya debacle aún no se logra detener.
Un buen ejemplo es John From, de João Nicolau. Lo que en principio puede parecer una película típica sobre adolescentes va tomando vuelo hasta convertirse en un filme con varias capas y cuya complejidad nunca está en riña con el placer que prodiga.
El segundo filme de Nicolau trata de una jovencita que se enamora de un fotógrafo, recién mudado al edificio donde ella vive. El filme trabaja sobre la fantasía de la protagonista, pero elabora los signos de ese deseo sin circunscribirlos al ámbito privado de la chica. La forma de soñar con ese hombre incluye pretéritos temas coloniales y algunos apuntes sobre el malestar portugués contemporáneo. El trabajo formal es magnífico: el paulatino enrarecimiento de la cotidianidad proviene de los sonidos y el trabajo con la luz.
El espectador espantado ,de Edgar Pêra, tiene sus momentos, como Eldorado XXI, opera prima de Salomé Lamas, un documental que convierte ese nombre asociado a la riqueza y a la esperanza en una pesadilla material en la que están inmersos hombres y mujeres del Perú que sobreviven y trabajan a 5.500 metros de altura.
Pero lo imperdible es la oportunidad de ver los tres volúmenes de Las mil y una noches de Gomes. El ambicioso filme del director de Tabú consiste en un caleidoscopio narrativo que repite la fórmula literaria del clásico oriental: la hermosa Sherazade tiene su propio drama con su soberano, pero a su vez oficia de narradora de las historias de otros, los portugueses de hoy, que van componiendo una postal de Portugal como centro de una crisis que los excede.
No es fácil para un cineasta tomar dicha posición, y, en el primer volumen titulado El inquieto ,el propio director frente a cámara escenifica su propia fuga imaginaria: le resulta casi insostenible hacer un filme de esta naturaleza. Pero Gomes cree en la ficción y entiende también que en tiempos de crisis se debe insistir en sus placeres. Desde ahí, las múltiples historias son fascinantes.
La sala del Cineclub Municipal debería colmarse. Pocas veces se puede ver tan buen cine en condiciones propicias.