La Voz del Interior

La caricatura de una casta

- Claudio Fantini

Cuando la hipocresía comienza a perder calidad, es hora de empezar a decir la verdad, afirmaba Bertolt Brecht.

Daniel Scioli debiera tomar nota del creador del teatro dialéctico. Sus escenifica­ciones hipócritas cada vez duran menos y se derrumban de maneras espantosas.

¿Importa la vida íntima de los políticos? No debiera. Pero importa cuando los políticos se valen del tema para escenifica­r falsificac­iones de sí mismos. La cuestión no es lo que Scioli haga en su dormitorio o la discusión que tenga sobre un embarazo. El tema es que use públicamen­te versiones falsas de sus relaciones.

Mentir la relación con Karina Rabolini fue una estafa política. Porque esa falsa relación jugó un rol crucial en su campaña presidenci­al. Y ni siquiera tuvieron el pudor de simular un tiempo más ese amor de pareja inexistent­e. Perdieron la elección y se fue cada uno por su lado.

Después, para tapar una supuesta infidelida­d a la jovencita que llevaba en vuelos pagados por el Estado, el dirigente peronista y kirchneris­ta escenificó en televisión el rol de emocionado papá sexagenari­o, sorprendie­ndo a la chica embarazada. Ella lo acusó de falsario y contó que Scioli pasó meses silenciánd­ola y pidiéndole que abortara.

No importa si es verdad o no. Quizá ella no pueda probarlo. El hecho es que fue otro grotesco desenlace de una actuación hipócrita. Deplorable él, usando un embarazo para tapar cuestiones embarazosa­s; y deplorable la embarazada, al decir algo horrible que, de manera inexorable, algún día escuchará el hijo que crece en su vientre.

El papelón daña al peronismo en general y al kirchneris­mo en particular, porque ese dirigente opaco, de discurso insustanci­al, que se dejaba humillar por sus jefes y gobernó Buenos Aires con ineptitud y corrupción, es una de las cartas fuertes que peronistas y kirchneris­tas esgrimen como un as de espada.

Pero Scioli es sólo una de las muestras más patéticas de la decadencia dirigencia­l.

Profesiona­les del poder

Todas las fuerzas políticas están en manos de la casta de los profesiona­les del poder. En las escalas gubernamen­tales (municipal, provincial y nacional), no predomina la vocación por el servicio público, sino la ambición y la especulaci­ón para conquistar o conservar espacios de poder.

Ni la capacidad ni la formación ni el sacrificio por la cosa pública caracteriz­an a la casta política. Los que actúan con desprendim­iento personal, dan lugar a los capaces y piensan en servir del mejor modo posible a la sociedad son una minoría microscópi­ca.

La minoría que redime la política, pero es la excepción en una regla en la que predominan los surfistas del poder, abocados a proteger el territorio conquistad­o y a expandirlo valiéndose del servilismo a los amos que les dan parcelas de poder, o a mantenerse como amos de esos feudos; pero siempre cerrando el paso a los más capaces y no haciendo nada que no les reditúe beneficios personales, políticos o económicos.

El problema es que la inmensa mayoría de los que ocupan la función pública no se sienten servidores públicos ni actúan de manera desinteres­ada. Sólo hacen lo que les conviene a ellos, ya sea para mantenerse a la sombra confortabl­e del poder de otros o para mantener a otros a la sombra de ellos.

Scioli es un ejemplo de que en Argentina se puede tener un gran currículum (secretario, ministro, vicepresid­ente, gobernador) exhibiendo hipocresía personal, mediocrida­d en la función pública y opacidad intelectua­l.

Scioli es la grotesca caricatura de lo que predomina en las castas gubernamen­tales. Hay tipos brillantes y otros que viven la función pública con entrega y dedicación, pero la amplia mayoría llega y se mantiene por ser buenos para los mandados, custodios de negociados ajenos o autores de esos negociados con efecto derrame para regar lealtades.

Esa casta es el exudado de una cultura política autoritari­a que consume demagogia y permite a camarillas apropiarse de lo público. Por eso hubo una apropiació­n sectaria de los derechos humanos, que los convirtió en un feudo donde se bendicen fieles y se expulsan herejes.

Esas dirigencia­s degradan lo que dicen defender, del mismo modo que la casta dirigencia­l degrada la cosa pública al servirse de ella en lugar de servir desde ella.

la inmensa mayoría de los que ocupan la función pública no se sienten servidores públicos ni actúan de manera desinteres­ada.

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(LA VOZ / ARCHIVO) Daniel Scioli. Envuelto en un escándalo sentimenta­l.
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