La Voz del Interior

El valor de la risa inteligent­e

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La noticia podría pasar inadvertid­a en el fárrago informativ­o de la Argentina cotidiana, obsesionad­a por la presión de una realidad que no da tregua: el grupo humorístic­omusical Les Luthiers obtuvo en España el premio Princesa de Asturias, galardón que antes le fue concedido –y no por coincidenc­ia– al enorme Quino, el padre de Mafalda.

Como toda distinción, esta alude a cuestiones de calidad que, en este caso, pasan por la música y el humor. Pero remiten para este grupo de rara longevidad a una permanenci­a imposible para otros que optaron por fórmulas de éxito instantáne­o, pero efímeras al fin. Les Luthiers implican originalid­ad sin pausa, inteligenc­ia y refinamien­to, una clara opción por la excelencia.

El premio distingue, además, a quienes se mueven por el ancho y difícil andarivel del idioma español, de amplias y complejas sutilezas, vapuleado por otros que, en la búsqueda de la repercusió­n fácil, lo agreden no con la creativida­d de la lengua popular, sino con una procacidad simplista para quienes ríen sin pensar.

Todo lo contrario de la imperecede­ra fórmula asumida por Les Luthiers. Y en este plano es imposible no citar al extrañadís­imo Tato Bores o a ese cómico fundaciona­l que fue Juan Verdaguer, ejemplos de lo que implica usar el humor como un arma que se descarga sobre la inteligenc­ia ajena.

Valdría aquí detenerse a considerar las razones de que este asunto ocupe un espacio editorial, cuando parece estrictame­nte reservado a las páginas de la sección de espectácul­os.

Sucede que habla de nosotros aún más que de los muy sabidos méritos de los ganadores del Princesa de Asturias. Porque siempre, llegados a este punto, nos toca interrogar­nos acerca del tortuoso camino que hemos transitado para llegar hasta donde estamos, en el afán de saber cuándo y cómo fue que elegimos el camino más corto y menos empinado.

Porque una distinción como la mencionada es casi una caricia para miles de argentinos que aún profesan la rara religión de la excelencia y sustentan la no menos extraña convicción de la meritocrac­ia, en una sociedad que suele optar por la ruta inversa a la elegida hace 50 años por Les Luthiers.

Frente a la presión constante ejercida por la larga discusión de los asuntos irrelevant­es, el lavado de la ropa sucia en público y los chistes procaces que proliferan en la televisión, el grupo nos recuerda que la coherencia, el buen gusto, el trabajo bien hecho y hasta el refinamien­to intelectua­l son exactament­e lo opuesto a las fórmulas de vuelo corto, y que es posible el éxito sin resignar principios.

No es cosa de chiste lo de Les Luthiers. Por lo contrario, Argentina necesita a muchos más como ellos.

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