La Voz del Interior

Agradecido­s de (sobre) vivir para contarla

- Claudio Gleser Código Rojo cgleser@lavozdelin­terior.com.ar

Cuando no son unos abuelos los que terminan maniatados y golpeados por delincuent­es que lograron colarse en el hogar, son miembros de una familia los que son ajustados en el preciso momento en que metían el auto a casa.

Cuando no es una pareja que vuelve a la vivienda y se encuentra con todo dado vuelta y policías diciéndole­s “menos mal que no había nadie”, es un comerciant­e el que termina con la cabeza abierta de un culatazo a manos de ladrones jugados a todo.

La vez que no es un muchacho que termina baleado por sombras que quieren robarle la moto, es un trabajador que recibe un tiro en una pierna como mensaje de ablande para que suelte el bolso con billetes.

Cuando no es una embarazada que es arrastrada en la vereda por motochoros, son chicos atacados de noche por bandas pirañas sueltas o pibes abordados a la salida del colegio por ladrones que huyen como llegaron.

La vez que no es una pedrada que impacta contra el parabrisas del auto para convencer al contiempo, ductor de que frene, es el caño de una pistola apuntando directo a la cabeza de alguien cuando está por subir al coche.

Desde hace tiempo, largo tiempo, los barrios de Córdoba y del Gran Córdoba se han convertido en escenarios de violentos, reiterados y constantes episodios delictivos cometidos a manos de toda clase de delincuent­es, muchos de ellos jugados al todo por el todo.

No importa que sea un espacio abierto o cerrado, que sea un lugar público o privado, que sea de día o de noche, que haya una comisaría cerca o lejos. La insegurida­d crece impune y nada parece revertirlo.

Mientras, ante tanta impotencia conjugada con la angustia y la bronca, no son pocos los que terminan repitiendo a modo de consuelo: “Gracias a Dios que estamos vivos”, “por suerte, no nos mataron”, “pudo ser peor”.

Cómo será de crudo el diagnóstic­o de lo que estamos viviendo que agradecemo­s que un delincuent­e no meta bala ni golpee porque sí, y nos deje vivos. Agradecer el sobrevivir.

Algo de eso es lo que por estas horas repiten numerosas víctimas de una peligrosa banda de delincuent­es que, desde hace se mueve a sus anchas por las noches o madrugadas cordobesas.

Se trata de un grupo que, a la par de tanta patota de asaltantes suelta y desbocada, ataca en reuniones de amigos o de familias en viviendas.

De forma coordinada, bien armados e intercomun­icados, los delincuent­es copan la casa y se toman el trabajo de saquear a todos por igual. La violencia física no existe y es algo que muchas de las víctimas, increíblem­ente, terminan agradecien­do.

Banda, ¿con policías?

Tal como se informó ayer en

La Voz, cómo será la impunidad del grupo, que volvió otra vez a atacar en la misma zona (el Cerro de las Rosas) e incluso llegó a hacerlo dos veces calcadas y en menos de 24 horas.

Quienes investigan estos casos no lo dudan: es un grupo con policías adentro. “Por la forma que se mueven, hablan, operan, escapan... Son canas de los nuestros”, diagnostic­a un comisario.

Y ahí está la banda, moviéndose como y cuando quiere, como tantas otras, practicand­o el juego que mejor sabe. Y como si la impunidad no fuera suficiente, sus miembros hasta cenan y dan consejos a sus víctimas.

A todo esto, mientras la insegurida­d sigue mostrando su peor cara y tanto vecino agradece sobrevivir para contarla, regresan una y otra vez las preguntas sobre el accionar policial y judicial.

¿Dónde está la Policía? ¿Qué hace? ¿Cómo controla? ¿Adónde fueron a parar los móviles? ¿Algún día dejarán de moverse sólo en avenidas iluminadas con luces led? ¿Cómo hacer para no pensar en zonas liberadas?

¿Y las bandas? ¿Por qué nadie las atrapa? ¿No hay gente capaz para hacerlo? ¿Y los fiscales y las unidades judiciales? ¿Tanto cuesta hacer el trabajo por el que cobran sueldos públicos?

A esta altura del partido, que las cifras del delito sigan bien ocultas en despachos oficiales, y más en épocas electorale­s, ya no sorprende.

Lo que no es nada anecdótico es que en varios barrios sigan repitiéndo­se las golpizas a delincuent­es por parte de simples vecinos. Se trata de un riesgoso camino del que, está claro, no se vuelve.

Los asaltos recrudecen y el consuelo de muchos es: “Gracias a dios, estamos vivos”.

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(SERGIO CEJAS / ARCHIVO) En distintos puntos de Córdoba se reiteran violentos robos. La insegurida­d late y se sufre.
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