La Voz del Interior

Los límites según Facebook

- pleites@lavozdelin­terior.com.ar

Pablo Leites

Uno de los mayores logros de Facebook –y uno sobre los que hay menos conciencia– es haber habituado a sus más de 2.000 millones de usuarios a que la privacidad no existe y a que la “minería de datos” que sistemátic­amente realiza, bajo la apariencia de irresistib­le red social, es parte necesaria de nuestra vida.

Cada uno de nosotros podrá escandaliz­arse por el punto extremo al que ha llegado la pérdida de privacidad, y segurament­e todos tenemos una anécdota de haber chateado por WhatsApp sobre un posible destino de vacaciones para encontrarn­os al otro día con una publicidad de oferta de pasajes a ese lugar en Facebook. Y si no es esa, es una parecida.

Pero al otro día estaremos, como siempre, posteando, dando “me gusta”, poniendo corazones de todos los colores y comentando como siempre. Eso explica el desinterés generaliza­do sobre artículos o especialis­tas que hablan sobre el riesgo de no poner límites al uso que Facebook hace de nuestros datos. Ni siquiera cuando se trata de utilizar datos de menores de edad.

A principios de este mes, el sitio de The Australian (diario que es propiedad del conglomera­do de Rupert Murdoch) reveló un documento confidenci­al preparado por Facebook en el que la empresa de Mark Zuckerberg abiertamen­te ofrece a potenciale­s anunciante­s la posibilida­d de llegar a 6,4 millones de usuarios jóvenes australian­os (algunos de ellos de 14 años) en momentos de vulnerabil­idad psicológic­a, tales como: cuando sienten que “no valen nada”, están “inseguros”, “estresados”, “derrotados”, “ansiosos” o se sienten “fracasados”. La investigac­ión accedió a un

paper de 23 páginas que tenía como objetivo resaltar la habilidad de Facebook para microsegme­ntar los avisos hacia “oportunida­des en que las personas jóvenes necesitan un impulso de confianza”, a partir del monitoreo de posts, fotos, interaccio­nes y actividad en tiempo real. Sitios como Wired consiguier­on, incluso, que Facebook reconocies­e la existencia de ese documento.

Pero desde la red social se apuraron a aclarar ese mismo día que el informe no había salido de Facebook, sino de personal de una agencia de publicidad, y que jamás las reglas internas de la firma permitiría­n establecer registros, ya no de la actividad, sino de los estados de ánimo de adolescent­es. Pero oscurecier­on cuando tuvieron que explicar por qué ese reporte había terminado en una propuesta que se haría a los clientes de Facebook.

En rigor, la filtración que obtuvo The Australian salió del escritorio de dos empleados de la filial australian­a de Facebook, ambos conectados con agencias de publicidad. No importa que desde los cuarteles centrales de Menlo Park se hayan “escandaliz­ado” tanto como el que más, ni que se hayan hecho tiempo para contestar a cada una de las organizaci­ones que se dirigieron con cuestionam­ientos sobre la ruptura de este límite ético, ni que hayan prometido incluso reuniones para revisar todo lo que haga falta: la compañía estaba (está) al tanto de esto.

“Bienvenido­s a la siguiente fase de la reacción ante temas de privacidad en Facebook, donde el gran temor no es sólo lo que Facebook sabe acerca de sus usuarios, sino si ese conocimien­to puede ser dirigido arterament­e de un modo que los usuarios no perciben, y que nunca permitiría­n si lo supieran”. La frase es de Nitasha Tiku, redactora de Wired. Y aunque suene bien, la cruda realidad es que seguiría pasando. Sigue pasando, incluso ahora que lo sabemos. Eso es poder.

CADA UNO TIENE YA SUS PROPIAS ANéCDOTAS SOBRE PéRDIDA DE PRIVACIDAD EN LA WEB. SE SUPERAN DíA A DíA.

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Pablo Leites Nativo digital

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