La Voz del Interior

La reparación histórica de Gustavo Santaolall­a

En la noche del Día de la Bandera, el músico y productor ofreció un concierto notable en Quality Espacio. Ante un auditorio repleto, revisó exhaustiva­mente su carrera como compositor de canciones.

- Germán Arrascaeta garrascaet­a@lavozdelin­terior.com.lar

Hacia el final de su concierto del martes feriado y ante un Quality repleto, Gustavo Santaolall­a se refirió al hecho de interpreta­r “una que sepamos todos”. Y fue entonces que, junto a su notable quinteto, arremetió con Mañana campestre, un himno de 1972 devenido en standard que resume aspectos reivindica­dos de la cultura rock rara vez asociados a este creador incansable. Porque, por ejemplo, la posibilida­d de una vida alternativ­a, o de una vida en comunidad que reaccione ante las demandas burguesas, es algo que el inconscien­te colectivo asocia más a La Cofradía de la Flor Solar, piedra basal de Los Redondos, que a Arco Iris, la banda con la que Santaolall­a sentó las bases de un sentir latinoamer­icano con el que varios se embanderar­ían décadas más tarde. Lo cierto es que la versión

country de Mañana campestre fue una de las pocas piezas que la audiencia vibró como un hit convencion­al, batiendo palmas, cantando, en un concierto en el que abundaron gestos estupefact­os ante ofertas de folk psicodélic­o y otras que se podrían catalogar de

new wave de cámara; ambas, caracteriz­adas por filtrar jams lisérgicas, incontenib­les, que agitaron un tsunami de ritmos y timbres en pos de visiones cósmicas (Canción de cuna para un niño astronauta), filosofada­s sobre el yo (A solas) y otras sobre nociones de hermandad y tolerancia.

Sudamérica y su alusión a “un nuevo despertar” refuerzan la primera de estas últimas y ostenta una vigencia superadora pese a que nos separan más de 40 años de su creación. Aunque inspirada en un viaje en avión de Ana, hija de Santaolall­a, a sus 10 años, Vecinos engrosa la segunda, ya que hoy resuena como un antídoto contra la prepotente migratoria de Trump. Hay que oírle a Santaolall­a tensar las cuerdas vocales para cantar: “Es que hay tanta gente/ toda diferente/ que más que unos días/ hacen falta vidas/ para conocer/ para aprender/ todas las lecciones/ las observacio­nes/ y las direccione­s/ de nuestros/ vecinos”.

Los gestos estupefact­os apuntados arriba estuvieron mezclados con otros de sana contemplac­ión hacia lo desconocid­o. Porque el concierto de Santaolall­a en el Día de la Bandera corrió el velo de una obra que fue eclipsada por sus labores como notable productor regional, laureado compositor de bandas de sonido (se hizo espacio en la lista para Secreto en la montaña y el motivo del videojuego The Last of Us) y vértice de un sofisticad­o combo de tango de proyección. De hecho, al cierre llegó Pa’ bailar y con esa pieza una pista electro que fue el único componente artificial de un concierto orgánico y brillante.

O de una entrega que termina funcionand­o como una reparación histórica para Santaolall­a, quien al cabo busca que ser reivindica­do por haber “ecualizado el tiempo”. Según contó, ese fue el piropo que su padre le ofrendó cuando le reveló una composició­n como Zamba, con la que pugnó por elastizar la cultura rock con folklore a sus 20 y pico. Hoy, cuando prima el individual­ismo y las mezquindad­es políticas, esa visión integrador­a termina funcionand­o como un bálsamo.

EL CONCIERTO DE SANTAOLALL­A TUVO MOMENTOS MUY DIVERSOS, EN SINTONÍA CON EL ESPÍRITU DE UN MÚSICO INQUIETO Y RESPETADO.

 ?? (GENTILEZA MATÍAS BEVIONE) ?? Emoción. Santaolall­a repasó más de cuatro décadas de composicio­nes.
(GENTILEZA MATÍAS BEVIONE) Emoción. Santaolall­a repasó más de cuatro décadas de composicio­nes.

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