Aprender a ser humanos
Mientras iba en un taxi a visitar a un enfermo, el conductor amigablemente me compartió su búsqueda de sabiduría para poder transitar por las calles de Córdoba entre obras, baches y manifestaciones, y cómo veía en ellos un signo de los desafíos de la patria.
Su diagnóstico concluía en que, tal vez, las crisis económicas puedan solucionarse pronto, y así lo anhelamos, pero que nos queda una crisis mucho más honda, que será difícil remontar: la cultural, la de las relaciones humanas en la casa común que habitamos.
Llegados a ciertos momentos extremos, los humanos nos vemos obligados a preguntarnos por el origen de nuestra existencia; los fundamentos que nos sostienen; el sentido y las realidades que garantizan nuestro futuro.
Necesitamos redescubrir ese conjunto de quehaceres mediante los cuales el hombre transforma la realidad, crea signos, fabrica instrumentos para situarse en el tiempo: la cultura.
Uno de los elementos constitutivos de la cultura son los enunciados de la sabiduría que responden a la cuestión primordial: ¿cómo ser hombre? ¿Cómo cultivar las actitudes esenciales para saber vivir y convivir?
Entre las actitudes que permiten la urbanidad, que es lo propio de quien vive en la ciudad (urbe), están el respeto y la cortesía. Ya en el siglo XIX, en un momento de decadencia cultural marcada por el relativismo, un pensador francés, Henri Bergson, pronunció un discurso sobre la ciudad y la cortesía, y destacó como el sentimiento de amor a la igualdad, como el arte de testimoniar a cada uno la estima y consideración a que tiene derecho. Decía que la cortesía tiene repercusiones sociales, que lleva consigo la tolerancia; la superación de los fanatismos; el respeto al prójimo; y la comprensión de sus ideas, convirtiendo la diferencia en enriquecimiento común, en vez de verla como contraposición.
En el siglo 20, para algunos pensadores, la cortesía es considerada previrtuosa, como el amor a lo bello y el temor a lo torpe de los medievales. Se puede ser cortés y ladrón, corrupto o dictador, como lo ha demostrado la historia.
Pero, lo cierto es que sin ella el hombre no podrá cambiar su relación con el otro y con la naturaleza, pasando de ser altivo dominador a hermano agradecido que reconoce lo diverso como don a admirar y cultivar.
* Obispo católico, miembro del Comipaz