Las Farc se desarman, pero la paz aún espera
El atentado del Andino y los secuestros despiertan los fantasmas del pasado. Las autoridades todavía se enfrentan al narcotráfico, obstáculo para la pacificación.
dejado las armas. Entonces, yo creo que lo que logramos es una permanencia de esta situación posconflicto, y eso me parece notorio. El sentido de lo histórico es que se logra la plena irreversibilidad (del conflicto)”, explica Jorge Restrepo, director del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac).
Sin embargo, la violencia persiste. Hace dos sábados, la sociedad colombiana se enfrentó a sus peores fantasmas. En medio de una tarde de compras, la explosión de un artefacto colocado en un baño de mujeres del centro comercial Andino acabó con la vida de tres jóvenes y dejó una decena de heridos.
Una semana después, las fuerzas de seguridad realizaron 10 registros y detuvieron el sábado a ocho sospechosos del ataque, a los que ayer se sumó uno más. “Las evidencias en poder de los investigadores señalan que los cuatro hombres y las cuatro mujeres pertenecerían al autodenominado Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP)”, señaló la fiscalía.
Se trata de un grupo insurgente menor que, según las autoridades, tuvo vínculos con células del Ejército de Liberación Nacional.
Esta guerrilla, la más relevante todavía activa, se sentó en febrero con el Gobierno en una mesa de diálogo en Ecuador para tratar de negociar un cese al fuego. Sus dirigentes condenaron, al igual que las Farc, el atentado del Andino, pero su estructura horizontal y caótica complica esas conversaciones, que apenas han avanzado. En torno a la medianoche del viernes, el ELN liberó a dos periodistas holandeses secuestrados desde hacía una semana en Catatumbo, cerca de Venezuela.
La realidad es que el ELN todavía no dejó la práctica del secuestro, lo que se ha convertido en la razón de máxima fricción con el equipo negociador del Gobierno.
A esto se suma la violencia de grupos armados que viven del narcotráfico. El más peligroso, el llamado Clan del Golfo, se caracterizó por la ofensiva contra el Estado conocida como plan pistola: 700 dólares a los sicarios por cada policía asesinado.