Guam, el McDonald’s perdido en el Pacífico
Yo estuve en Guam. La frase suena exótica dicha por un mejicano que vive a miles de kilómetros de aquella isla del Pacífico. Contra todo pronóstico, este territorio es hoy noticia porque está en la mira tras las amenazas y crecientes tensiones entre el régimen de Corea del Norte y los belicosos dichos de Donald Trump.
Nunca habría pisado esa isla de no haber sido parte de las 350 personas a bordo del armado Usumacinta, un buque de 198 metros de eslora enviado por el Gobierno mejicano a Indonesia para auxiliar a las víctimas del tsunami de diciembre de 2004. Aquel barco que el Ejército de Estados Unidos había cedido al mejicano iba cargado con 23 toneladas de arroz, 15 de comida enlatada, 11 de agua, cinco de harina y tres de leche en polvo, además de 224 postes de luz y varias plantas potabilizadoras de agua. Aquella misión de ayuda humanitaria fue un hito para el Gobierno mejicano y su Ejército, que solían mantenerse al margen de operaciones internacionales.
Revisando los diarios de aquel viaje, encuentro la información que nos dio el encargado de Inteligencia de la Armada para preparar la visita. Lo que veo garabateado en los cuadernos son datos que hoy se hallan rápidamente en Wikipedia: una isla de 48 kilómetros de longitud y 13 kilómetros de ancho, una superficie total de 541 kilómetros cuadrados, a cuyos nativos se los conoce como chamorros. A la isla llegó en 1521 Fernando de Magallanes y la anexó España en 1565; fue cedida por los españoles a Estados Unidos en 1898 y arrebatada por el ejército de Hirohito en 1941. Los estadounidenses la recuperaron en 1944. Toda esa información, se suponía, nos preparaba para arribar a un exótico paraje perdido en el mar.
El Usumacinta arribó a Guam el 12 de febrero de 2005. Atracamos en Apra Harbor, en la base naval, después de haber navegado 15 días desde Pearl Harbor, Hawái. La escala era necesaria para repostar combustible y surtirnos de agua y alimentos para seguir