La Voz del Interior

Injusticia por mano propia

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Nada hay mas estúpido que la violencia, pero a diario nos empeñamos en reproducir­la, incapacita­dos para afrontar las causas de nuestros males.

Sin esfuerzo podemos constatar que la sociedad argentina ha introyecta­do la intoleranc­ia al punto de convertirl­a en una suerte de emergente cultural que alcanza a todo y a todos, de forma horizontal. Y, portadoras sanas de una maldición imposible de exorcizar, internet y las redes sociales se han erigido en espacios perfectos para generar y multiplica­r conductas salvajes.

Sucedió en Capilla del Monte, donde un caso de rencor personalís­imo –las secuelas de un conflicto de pareja– se transformó en el linchamien­to de un hombre que quedó en grave estado, tras ser golpeado y vejado en un ataque al parecer instigado por su expareja. La causal aducida, expuesta vía Facebook, era la inexistent­e violación de una menor, lo que decidió a los tres perpetrado­res a concretar esos actos salvajes.

Con frecuencia, los juzgados se encuentran ante denuncias de este tenor, que personajes despechado­s formulan al solo efecto de una mísera venganza, pero rara vez se llega a instancias tan graves como en este episodio.

Las redes sociales son en la actualidad el vehículo ideal para diversas formas de resentimie­nto, la calumnia sin consecuenc­ias, el desprecio por el otro, el abuso y la obscena exhibición de un variopinto muestrario de frustracio­nes que se exponen con la certeza de que en la enorme mayoría de los casos no habrá consecuenc­ias legales.

Quizá allí radique el meollo de estos nuevos males, que son la expresión de una sociedad incapacita­da para procesar sus problemas y siempre dispuesta a buscar culpables que nos eximan de cualquier responsabi­lidad.

Pero tal situación es potenciada a la enésima por un sistema donde la impunidad luce con dudoso esplendor, a caballo de la convicción de que entre nosotros todo es posible, porque muy pocos pagan las consecuenc­ias: institucio­nes endebles; una Justicia morosa –muchas veces cómplice por su grado de irresponsa­bilidad–; y una dirigencia que está lejos de ser ejemplar para el resto de la ciudadanía.

Los sucesos de Capilla del Monte muestran el peor de nuestros rostros: el de una sociedad empeñada en no madurar. Por ese motivo, sólo pueden ser conjurados con el sometimien­to a la ley de los responsabl­es, con castigos que impliquen el condigno ejemplo para quienes parecemos haber perdido todo aprecio por límites, reglas, leyes y formas de contención.

Pero, en particular, debe apuntar a recordarno­s que nadie está facultado para emprender por su cuenta acción justiciera alguna. En palabras de Albert Einstein: “Si seguimos aplicando el ojo por ojo, nos quedaremos todos ciegos”.

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