La Voz del Interior

Estupidez criminal al volante

- cgleser@lavozdelin­terior.com.ar

La estupidez al volante se volvió cotidiana en las calles de Córdoba.

El abanico de imbecilida­d es amplio. Se ve en aquel que cruza en rojo, choca y desaparece; o en ese ebrio que, corriendo una picada o no, se lleva por los aires a alguien; se ve en ese otro que, tras una discusión de tránsito, se baja con un puñal, un caño o un bate de béisbol.

Hay veces también que esa estupidez ya toma otra dimensión, más allá de la temeridad, mucho más cerca de la criminalid­ad.

Vanesa Antonella Damoli tenía 19 años y un largo camino de sueños y expectativ­as. Sin embargo, su vida se truncó para siempre aquella madrugada del 22 de mayo de 2010, cuando el Renault Clio en el que iba como una pasajera más volcó y, tras enloquecid­as piruetas, se estrelló contra el frente de una casa. Fue el fatídico final de una larga madrugada de alcohol y descontrol.

Según la causa, quien manejaba el coche iba corriendo de forma enajenada con otro automovili­sta, tras una pelea en un boliche en la zona del Kempes. Sí, como se leyó, una pelea en una disco derivó en una persecució­n con acelerador­es a fondo y llantas humeantes que terminó en tragedia.

Siete años después, se juzga el absurdo y terrible final de Vanesa.

En la Cámara 9ª del Crimen, son juzgados Nicolás Alberto Bruna, el conductor del Clio donde iban la chica y otra pareja que logró esquivar la muerte; y Ramiro Faya, quien comandaba un Peugeot 307.

Ambos veinteañer­os, en libertad, son juzgados por homicidio culposo agravado y lesiones culposas reiteradas.

Bruna y Faya también tenían sus vidas, sus sueños, sus carreras universita­rias, sus expectativ­as de realizació­n.

Difícil no verlos, hoy, sentados en el banquillo, como protagonis­tas de sus propias existencia­s arruinadas para siempre con la sombra de una muerte encima.

Ambos, según pruebas y testimonio­s, llevan las de perder en un juicio que entró en su tramo final. Si son condenados, no irán a prisión, ya que el fallo no estará firme.

Aquella madrugada, Vanesa, Nicolás Bruna (quien había empezado a salir con ella) y otra pareja arrancaron con la “previa” en una casa, donde el vodka sobresalía entre las bebidas. Vanesa no tomó. Si lo hubiera hecho, no se discutiría aquí. No era la conductora asignada.

Quien bebió, y mal, fue Bruna. Los dosajes de alcohol serían lapidarios con él.

De la previa, fueron a una disco en avenida del Piamonte, donde el alcohol volvió a ser protagonis­ta, y de allí recalaron en otro boliche del sector. Allí, Vanesa fue manoseada y todo derivó en una pelea, a la que se sumaron patovicas.

¿Había policías o inspectore­s en la zona? Si los hubo, deben haber estado “muy ocupados”.

Si no, nadie se explica cómo Bruna pudo salir manejando. Detrás de ellos, salió disparado el Peugeot 307. La locura al volante arrancaba.

Como bólidos, los dos autos iniciaron una demencial persecució­n a la vista de todos por calles, rotondas, avenidas, incluso en contramano.

Luego, encararon hacia el puente Gavier y todo terminó 200 metros después, cuando el Clio comenzó con la voltereta de muerte y espanto en calle Dionisio Paupin. Iba a más de 130 kilómetros por hora. Vanesa tenía 19 años. La otra pareja sobrevivió para contarla.

Faya (y su 307) fue localizado días después. Ya no tenía sentido hacerle peritajes toxicológi­cos.

La estupidez al volante se nos hizo carne. Es la causa central de la sangría cotidiana de los mal llamados “accidentes”.

Un accidente es un hecho fortuito. Los choques, nuestros choques, no tienen nada de fortuito.

En el juicio, Bruna se dijo inocente y culpó a Faya. Este último señala que no tuvo que ver con el vuelco.

Todo hace presumir que el próximo 28 del corriente el fiscal Carlos Ferrer irá a la carga con los pedidos de condena.

El abogado Carlos Nayi, quien representa a la familia de Vanesa, pedirá condenas de prisión efectiva por homicidio por dolo eventual.

Hasta hoy, los dramas viales vienen siendo condenados en Córdoba como homicidios culposos agravados y con penas no mayores a los 5 años.

Desde enero pasado, tras una modificaci­ón del Congreso, rige un agravamien­to de condenas para aquellos homicidios culposos donde hubo velocidad y alcohol: el máximo de pena trepa a los 10 años. No pasará esto con la causa de Vanesa. El agravamien­to no es retroactiv­o. La chica murió en un lejano 2010.

“Me da lo mismo que les den 100 años o algunos meses. Nadie me va a devolver a Vanesa. Quiero justicia y que estas cosas no vuelvan a pasar”, reclama su madre, Marisa.

Mientras el alcohol siga regando madrugadas de descontrol en Córdoba, y mientras nadie haga algo en serio con tanto borracho suelto al volante, la sangría vial seguirá teniendo materia prima de sobra.

Termina el juicio por la muerTe de Vanesa damoli, VícTima faTal de una alocada persecució­n de auTos por las calles. mienTras nadie haga algo con TanTo borracho suelTo al VolanTe, la sangría Vial seguirá cobrándose Vidas.

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(LA VOZ / ARCHIVO) Demencial. Vanesa iba sentada atrás en el Clio. El conductor, en una carrera con otro auto, perdió el control y dio tumbos. Fue en 2010.

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