La Voz del Interior

Los matones del fuego

- Claudio Gleser

El esquema es perverso y de terror. A fuerza de robos y hostigamie­ntos, logran hacerse de un cartel ante los demás vecinos.

Así, no tardan en volverse unos peligrosos matones, amos y señores, mientras la impunidad se acomoda de su lado y el Estado ni aparece.

Si alguien se aventura a parárseles o a mandarlos al frente, llevan adelante su cruel venganza: el ataque incendiari­o.

Y allí están esas pandillas, moviéndose impunes en cuanta barriada castigada se levante en Córdoba, listas para atacar y vengarse a puro fuego.

El mensaje es claro: “Hago lo que quiero y, si me denunciás, te quemo y te dejo sin nada”.

El código de fuego lleva lamentable­mente las de ganar en muchos barrios. Ocurre que estas pequeñas mafias ven que lo que hacen rara vez tiene castigo. La impunidad envalenton­a.

Días atrás, volvimos a ser testigos de otro cobarde y brutal ataque.

Sucedió en Nuevo Progreso, una humilde barriada de laburantes, principalm­ente de nacionalid­ad paraguaya, enclavada en el noroeste de la ciudad de Córdoba. En Nuevo Progreso, como tantas y tantas barriadas de la Capital, donde la seguridad y los servicios básicos son deseos y mentiras de campaña, una patota hace lo que quiere.

Primero, a patadas y de noche, tiró abajo la puerta de un trabajador y le saqueó la casa. Hartos de tanta impunidad, otros vecinos enfrentaro­n a los ladrones y dieron con uno. Eso sí, el matón, como si nada, sacó una pistola y empezó a repartir balas.

Uno de los plomos se incrustó en la pierna de un vecino, quien por fortuna vivió para contarla.

Los otros asaltantes dejaron regalado a su amigo y escaparon antes de que llegara el primer patrullero.

Ahora, hace pocos días, la banda volvió al barrio y ejecutó el código de fuego contra una de las familias. Tras apedrear y balear la casa, la quemaron. La vivienda no sirve más. Eso sí, antes de huir, la saquearon.

“No entiendo por qué lo hicieron. Me quedé sin nada. Lo perdí todo”, dice hoy el dueño de casa, entre el dolor y la impotencia.

Su esposa denunciarí­a luego que la Policía estaba alertada del ataque incendiari­o y no lo evitó. Ni la Policía común, ni la Barrial, ni la que está en la publicidad. Nadie fue.

La realidad en esa barriada y en otras tantas no es nueva, pero lejos de acotarse, se extiende y magnifica con impunidad ante tanta ausencia estatal y judicial. Y si las autoridade­s aparecen, ya es demasiado tarde.

Para peor, sobran los casos de ataques cometidos en algunos puntos donde hay comisarías con policías adentro. Igual así, los ataques se dan.

El esquema es perverso.

Si me denunciás, te quemo. Si te hacés el gallito, te quemo. Si saltás, te quemo.

“¿Qué voy a hacer? Nada, sólo quedarme y empezar de nuevo”, manifiesta con angustiant­e naturalida­d el dueño de la casa quemada días atrás.

Esa es la otra pata del drama. Las bandas de matones, así como se extienden en distintas barriadas, tienen otro punto a su favor: saben que el vecino común no hará mucho. Está acostumbra­do a ser pisoteado.

No menor es el drama de quienes terminan perdiéndol­o todo en las llamas y, salvo que su historia se convierta en noticia, el Estado no se arrimará para dar una mano. Y si lo hace, segurament­e un agente de prensa se encargará de avisar por WhatsApp.

Vale aclarar que algunas veces los ataques incendiari­os tienen una lógica inversa.

Tiempo atrás, hartos de los robos por parte de miembros de una familia, vecinos habían decidido hacer justicia por mano propia y habían quemado las casas de todos los integrante­s de ese núcleo. Había sucedido en barrio IPV Argüello y no hubo víctimas de suerte. La Policía había llegado, pero tuvo que negociar con los referentes barriales: “Miramos para otro lado y nadie apedrea los móviles, ¿sí?”.

En el código del fuego, por otro lado, no hace falta que haya certezas. Un par de sospechas alcanzan para arrimar el bidón con solvente.

Estas matoneadas, por cierto, ya tuvieron sus capítulos de espanto en Córdoba.

En 2009, para vengarse de una denuncia policial, unos matones quemaron una despensa con bombas molotov y mataron a dos clientes. Fue en barrio San Roque.

En 2014, ya en Río Tercero, murieron dos personas al calcinarse una casa por ataques con bombas molotov. La sospecha judicial es que los atacantes fueron unos policías hartos de que delincuent­es salieran libres de Tribunales y se refugiaran allí.

La Justicia, vale decir, sólo aparece cuando el ataque se cobra una víctima. Si no, con suerte, todo queda en un simple papel cajoneado.

Es el código del fuego, ese otro maldito capítulo de una violencia urbana que llegó para quedarse en Córdoba y que, sin que se tomen medidas reales, en serio y a largo plazo, seguirá escribiend­o historias de dramas e impunidad.

UNA FAMILIA QUE HABÍA AYUDADO A ATRAPAR A UN LADRÓN SUFRIÓ UN ATAQUE A TIROS Y LA QUEMA DE SU CASA. LA POLICÍA NO LO EVITÓ.

LOS ATAQUES CON FUEGO SE REITERAN EN BARRIOS DE CÓRDOBA, ALLÍ DONDE NI EL ESTADO NI LA JUSTICIA ESTÁN, Y LAS MAFIAS SE IMPONEN.

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( RAMIRO PEREYRA / ARCHIVO )
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