La Voz del Interior

El respeto necesario

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Tan precisos como somos a la hora de profundiza­r nuestros males, hemos arribado ya al punto justo en el que las disculpas no nos sirven de nada. O en otras palabras, que ni siquiera nos creemos nuestro arrepentim­iento, seguros como estamos de que lo haremos de nuevo. Y peor.

Antonio Bonfatti, exgobernad­or de la provincia de Santa Fe y actual legislador provincial, ya pidió disculpas por haber comparado al gobierno de Mauricio Macri con el de Adolfo Hitler, una desmesura que puede correr todos los límites en el país mismo de las desmesuras, pero muy a tono con lo que hoy se lleva y usa. Y se tolera y perdona, dada nuestra innata capacidad para justificar a quienes deberán justificar­nos mañana.

Para ser honestos, de esta fiesta del desatino participam­os todos, al punto que Bonfatti es sólo un botón de muestra.

Imposible precisar cuándo fue que la dialéctica de la exageració­n se instaló entre nosotros, pero está muy arraigada: desde las voces que hablan de dictaduras inexistent­es, acusan a un gobierno de desaparece­dor de personas, utilizan livianamen­te la palabra "genocidio" hasta para defender a las especies en peligro de extinción, hablan de salvajes represione­s, adjudican conspiraci­ones siniestras o denuncian persecucio­nes en un raro ejercicio de transferen­cia por parte de quienes supieron legitimar el ninguneo, las listas negras y los juicios públicos.

En la existencia diaria y en la figurada que discurre por las redes sociales, la descalific­ación es la norma, precedida siempre de acusacione­s emergidas de trasnochad­as usinas, mientras el sentido común y el ejercicio dialéctico padecen un preocupant­e eclipse.

Pero, para abundar en el listado de nuestras desdichas, son las figuras públicas, de la política y fuera de ella, las que se suman con devoción inusual a esta celebració­n en la sentina de un barco que hace agua.

Por cuestiones de rango, resulta casi innecesari­o aportar que toca a las personalid­ades conocidas aportar la mesura que nos está faltando y marcar el curso para que los desbordes dejen de ser la norma. Algo que se sospecha como imposible cuando, perdido el eje, quienes desbarranc­an son los mismos que deberían predicar con el ejemplo.

Deberíamos preguntarn­os si vale alegar que no podemos seguir hacia donde quiera que estemos yendo, con buena parte de una sociedad decidida a no escuchar al resto.

Pero nos queda claro que ya hicimos bastante para inciviliza­rnos y que deberíamos comenzar con urgencia el proceso de nuestra resocializ­ación, tarea en la que tendrían que converger gobernante­s y gobernados, convencido­s unos y otros de que mañana será más lento y costoso.

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