Cantos del alma, la condición humana
Atraviesa la timidez de las luces una melodía de pocas notas que da vueltas como en círculos, mientras otra, más redundante y sostenida por una voz grave, parece amarrar el canto a la tierra como una raíz que ha hundido sus brazos en los siglos.
Son dos mujeres y tres hombres venidos de lo profundo del Chaco salteño, de las orillas del río Bermejo, y de pie, ataviados como en la espesura del monte, están habitando por un instante fugaz de sus vidas el escenario del Teatro del Libertador.
El canto que cantan está empapado de la rutina de cientos de miles de días de convivencia con la intensidad de la naturaleza que los ha cobijado y determinado, caso con lo pequeño, la manifestación cotidiana del misterio, y el presentimiento de lo inmenso que nos supera a todos. Esa manera de relacionarse con lo pequeño y lo inmenso, con lo sagrado y lo profano, hacen su cosmovisión.
Si el alma es sencillamente la condición humana que nos atañe a todos, el canto que cantan es un estado del alma. El público, que casi ha colmado la sala, se ha puesto de pie.
Ese estado del alma es el que rebusca en lo profundo de su pecho la cantora salteña Silvia Barrios. Ella es quien ha traído al grupo de ava guaraníes a formar parte de la puesta de música y danza titulada Itiyuro, (“Vasija derramada”).
Ha traído más hombres provenientes del Bermejo, a recrear tigres y toros y otras figuras en danza. También ha invitado a los bailarines Paula Granero Vadillo y Martín Esquivel Viveros, y a sobresalientes como Juan Iñaki, Paola Bernal, Bicho Díaz, Eva Sulca, Pichi Pereyra…
Sobre todo, ha asumido con su voz cantos wichis, chanés y también ava guaraníes, en una tarea que la desvela desde que asumió su propia integridad humana. El jueves, 30 años después y en el mismo escenario volvía a montar su desvelo como aquella primera vez que presentó su América indígena. Su tarea se empeña cada vez más, frente a las dificultades de reatroalimentación, di fusión y continuidad de estas músicas. La hace tendiendo un puente contemporáneo en la sonoridad de la banda, convencida de que la biculturalidad es necesaria. Y, sobre todo, lo hace con su voz, a la que ha preparado para atravesar largos y oscuros silencios. Una reunión penetrante
Las manos de Nadia Lercher, que dialogan ansiosas con el aire, se parecen a su voz: es como un ardor controlado, capaz de volverse un tibio susurro si es necesario. Las manos de Nacho Vidal, en cambio, se abrazan firmes a la guitarra, como su voz, que pisa segura sobre las notas. Ella, catamarqueña; él, porteño: juntos hacen Seraarrebol que el sábado presentó su primer disco,
Halo Bestia, en el Graciela Carena.
Son una nueva y celebrada reunión: la confabulación de los dos tonos hacen un color intenso, penetrante, y los arreglos alcanzan una rica manera de expresar la delicadez y la hondura con la que sienten la música popular. Sobre canciones de él consiguen, con voces, arreglos y temas, un clima constante, aunque acaso se siente la necesidad de sobresaltar un poco esa constancia.
LA SALTEÑA SILVIA BARRIOS PRESENTÓ EN EL TEATRO DEL LIBERTADOR EL ESPECTÁCULO EN EL QUE PARTICIPÓ UNA DELEGACIÓN DE INDÍGENAS DEL RÍO BERMEJO. SU ESPECTÁCULO SE TITULA “ITIYURO”.