La Voz del Interior

Marginalid­ad y violencia en Argüello

En la zona noroeste, hay un sector en el que la marginalid­ad termina en violencia. Balazos, drogas y una lucha territoria­l que tiene a los propios vecinos como rehenes.

- Juan Federico jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

En la zona noroeste de la ciudad de Córdoba –más precisamen­te en Cooperativ­a Argüello y alrededore­s–, hay un sector donde los vecinos están obligados a convivir entre balazos, drogas y lucha territoria­l entre bandas, que los tienen como rehenes.

Alguna vez, se pensó que se trataba de lo que entonces se llamaba una villa de emergencia. Un barrio precario para sólo pasar un mal momento, mientras se aguardaba que llegaran épocas mejores.

Pero el tiempo no trajo aquellos sueños a la realidad, sino todo lo contrario. El anhelo se transformó en resignació­n, y esa emergencia hoy parece permanente.

La historia de la pobreza en Córdoba capital tiene un capítulo especial en la zona noroeste.

A pocas cuadras del Centro de Participac­ión Comunal (CPC) de Argüello, hay un conglomera­do en el que la marginalid­ad no es sólo económica. Un sector que hoy envuelve a tres asentamien­tos que alguna vez fueron nombre de una ilusión: Nuevo Progreso, Cooperativ­a Argüello y villa Monja (o Hermana) Sierra.

Una zona que en los últimos años ha tenido un crecimient­o poblaciona­l tan impresiona­nte como desordenad­o e informal. Una explosión demográfic­a que no aparece en ninguna parte, ya que en el Censo 2010 toda esta zona quedó incluida dentro de otra, mucho más grande y diferente.

Allí, hace tiempo que los vecinos sobreviven en medio de tiros, ajustes de cuentas, amenazas y toda clase de delitos de los que ellos son los principale­s rehenes.

El pasado 6 de septiembre, Mayra Alejandra Marqués (28) salió de su casa de Cooperativ­a Argüello junto a su pequeña sobrina, caminó menos de 10 metros hasta un quiosco y, de pronto, a las 20 de aquel día, quedó envuelta en un tiroteo en el que ella nada tenía que ver.

A esa hora, a la vista de todos, dos bandas decidieron cruzar a balazos sus diferencia­s territoria­les. Que una moto robada, que el control delictivo de la zona, que la puja para comerciali­zar drogas, lo concreto es que hubo no menos de 20 balazos disparados por poderosas pistolas nueve milímetros, en plena calle.

Uno de estos tiros dio en el rostro de Mayra, que cayó malherida al suelo. Recién entonces, las armas se callaron y todos escaparon.

Un utilitario, al que los vecinos describier­on como "un colador", por la cantidad de tiros que recibió, hasta ahora no fue descubiert­o por los investigad­ores policiales. Tampoco la mayoría de los que participar­on de aquella balacera.

La joven ingresó en la terapia intensiva del hospital San Roque en estado desesperan­te. Pero poco a poco, los médicos lograron estabiliza­rla. Estuvo en coma farmacológ­ico y con respirador mecánico.

Hoy, cuenta su padre Jorge, ya está en una sala común, hace gestos y responde a distintos estímulos. Pero todos saben que todavía falta mucho para establecer que mejoró.

La causa ya tiene a tres jóvenes mayores de edad detenidos. El fiscal Horacio Vázquez confirmó que presume que fueron varios más los que se enfrentaro­n a los tiros aquel día, pero asegura que existe un código de silencio en la zona, tal vez por miedo, que dificulta la investigac­ión policial.

LUEGO DE ESTAR EN COMA Y CON RESPIRADOR, TRAS RECIBIR UN BALAZO EN EL ROSTRO, HOY MAYRA MÁRQUEZ MUESTRA UNA NOTABLE MEJORÍA.

Más tiros

Tal vez, una explicació­n de ese silencio haya llegado el pasado domingo 8 de este mes, cuando en Nuevo Progreso, a poco menos de cuatro cuadras del lugar donde Mayra fue baleada, un grupo de vecinos intentó interceder para que unos ladrones no robaran una moto.

Fue entonces que uno de los delincuent­es le disparó en la pierna a uno de los que buscó evitar el robo. Carlos Mejía (49) resultó herido de un balazo en su muslo derecho.

Según se informó en aquella oportunida­d, la Policía recién llegó después de los disparos y logró detener a un joven de 18 años, quien tenía pedido de captura por homicidio en grado de tentativa, y se le halló una pistola automática que también era calibre nueve milímetros.

Pero no fue todo. Dos días después, esos ladrones, que viven en la misma zona, fueron a saquear y quemar la casa del vecino que había terminado baleado.

Tiempo atrás, el 17 de mayo último, dos policías que habían ingresado en la Monja Sierra fueron atacados por siete personas que les robaron una pistola nueve milímetros y un chaleco antibalas. Desde la fuerza se dijo que los agentes habían ingresado para perseguir a dos motociclis­tas, pero en la zona se tejieron otras suspicacia­s.

Para los que (sobre)viven allí, nada es novedad. Todos identifica­n quienes delinquen, trafican drogas y alquilan armas.

Los vecinos aseguran que los balazos se escucharon antes y después de aquella balacera que dejó malherida a Mayra. Que los tiros, a toda hora, le pueden tocar a cualquiera. Por lo que mejor es ser sordo, ciego y mudo, porque cuando pasan las noticias, otra vez todo se retiran y allí se quedan ellos, solos, a la intemperie, como hace tiempo.

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(ANTONIO CARRIZO / ARCHIVO) Intemperie. En Cooperativ­a Argüello y alrededore­s, quienes allí viven relatan cómo es permanecer en un sector donde los balazos sobrevuela­n en cualquier momento.
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Quemada. A los delincuent­es no les alcanzó con balear a un vecino en Nuevo Progreso. Regresaron y le quemaron parte de su casa.

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