Un debate para asumir sin temor a la condena
El feminismo es un movimiento que procura que se reconozca y se garantice la igualdad de derechos entre todas las personas, cualquiera sea su género o identidad de género. Es dinámico y ha exhibido enormes transformaciones, entre otras cosas, porque los derechos vulnerados han ido cambiando en las distintas épocas, en función también de avances y retrocesos.
Hoy, con dolor, las mujeres tenemos que continuar peleando, entre otros, por el derecho a la vida y a la integridad física. En las décadas de 1960 y 1970, el género estaba concentrado en la libertad sexual, después de siglos de una opresión asfixiante que alejaba a las mujeres de la misma posibilidad de goce que exhibían los varones.
Cuánto ha hecho Catherine por nosotras en ese sentido. Cuánto le debemos. Su participación desprejuiciada en el séptimo arte contribuyó a legitimar la idea –hoy, para muchos, obvia– de que tenemos derecho al goce sexual con quienes y cuando queramos.
Ahora, sin embargo, lo que está en cuestión es la forma de entender la seducción y el erotismo. Y llegar a consensos no será fácil. Ella no defiende el abuso, defiende la idea de que la insistencia de una persona ante la resistencia de otra está en la esencia de la seducción y, por qué no, de la excitación necesaria para el goce sexual.
En este momento, en el que es vital desnaturalizar el acoso, asumir esa postura no es cómodo, pero es un desafío filosófico en el que sería un placer sumergirse sin la interferencia del temor a la condena social. Esa que tanto daño nos ha hecho a las mujeres.