La Voz del Interior

Tiroteo. Desapareci­ó una pistola del robo en Nueva Córdoba

Es el arma que mató al policía. Era de uno de los delincuent­es abatidos en el fatídico enfrentami­ento del 16 de febrero.

- Juan Federico jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

No está claro por qué, pero sí se sabe que desapareci­ó el arma nueve milímetros que mató al policía Franco Ferraro en el tiroteo de Nueva Córdoba, ocurrido hace un mes durante un intento de robo.

Hay una investigac­ión interna.

El arma calibre nueve milímetros que mató al policía Franco Ferraro (29) en el tiroteo que hace un mes sacudió la madrugada de Nueva Córdoba desapareci­ó.

Tras distintos peritajes y cotejos, la Policía Judicial elevó la semana pasada un primer informe balístico al fiscal provincial Rubén Caro y confirmó que los dos proyectile­s que mataron al joven agente de la división Motos salieron de una pistola que no aparece entre las armas secuestrad­as.

En los primeros minutos del viernes 16 de febrero, Ferraro sufrió dos balazos calibre nueve milímetros. Uno, mortal, le ingresó por debajo de la axila derecha, de derecha a izquierda, y le perforó un pulmón. El segundo lo hirió en el muslo.

De acuerdo con los testimonio­s que hasta ahora se tomaron en la causa, quien mató al policía fue el delincuent­e Ricardo Serravalle

(54), al cual sólo se le secuestró una pistola Bersa Thunder calibre 22 que quedó junto a su mano derecha.

El fiscal sospecha que, esa madrugada, Serravalle bajó a los tiros del octavo piso del edificio de Rondeau 84, dispuesto a matar o morir.

En medio de esa alocada fuga, el ladrón habría llevado dos armas, pero tras caer muerto sólo se le secuestró una.

Un dato clave indica que Serravalle dejó un reguero de vainas servidas calibre nueve milímetros entre el ascensor y el lugar donde quedó su cadáver. Pero, para sorpresa de los investigad­ores, junto al cuerpo sólo se halló la pistola calibre 22.

“Esto genera preocupaci­ón y se está haciendo una investigac­ión interna”, respondió el fiscal ante una consulta específica de La Voz.

En Jefatura, fuentes que siguen de cerca el caso advirtiero­n sobre la misma intranquil­idad.

Los informante­s agregaron que se analiza si, en medio del caos en el que se convirtió el operativo posterior al tiroteo (hubo varias personas que ingresaron antes que el fiscal a la escena del crimen, entre ellas el secretario de Seguridad, Diego Hak), alguien pudo haber secuestrad­o esa arma y haberla enviado por equivocaci­ón a otra área de la Policía, algo que por estas horas suena al menos extraño. De lo contrario, directamen­te la pistola nueve milímetros desapareci­ó.

Además, en una mochila que llevaba este delincuent­e abatido se hallaron varios cargadores nueve milímetros.

“Queremos pensar que hay una confusión”, resumió un investigad­or.

Lo concreto es que, por estas horas, las suspicacia­s y la descon- fianza ganan terreno de manera acelerada en torno de la causa.

Según la descripció­n de los testigos, el arma que era disparada por Serravalle parecía contar con algún dispositiv­o para que fuera automática o semiautomá­tica, ya que iba escupiendo un tiro tras otro de manera sucesiva.

Postraumát­ico

Las declaracio­nes de los policías que estaban a esa hora en el lugar no aportan demasiada claridad, ya que varios de ellos continúan en shock, producto de lo que los psicólogos llaman un estrés postraumát­ico.

Al momento de declarar ante el fiscal, la secretaria y los dos prosecreta­rios abocados al caso, algunos de estos policías padecieron ataques de nervios, lo que refleja la fragilidad emocional en la que aún se encuentran tras aquel cruento tiroteo.

“Son todos jóvenes policías, valientes, que se toparon con una situación impensada”, apuntó un investigad­or.

Agregó que los agentes hoy narran una misma situación de manera muy diferente entre sí, lo que demuestra lo difícil que resulta reconstrui­r lo sucedido.

Al momento de declarar, tiemblan, se ahogan, rompen en llanto y dicen no recordar momentos clave de aquella noche-madrugada.

Por eso, hasta ahora algunos describen a Serravalle con un arma en cada mano y otros con sólo una pistola encima.

La mayoría de estos policías, entre los que se encontraba Ferraro, llegó al edificio casi de casualidad: aquella noche habían sido convocados para cubrir un operativo por picadas ilegales de motos en el parque Sarmiento, del que iba a participar el propio Hak.

Reconstruc­ción

Según la reconstruc­ción con base en los testimonio­s y en las distintas cámaras de seguridad de la zona, Serravalle comenzó la balacera, cuando salió del edificio de Rondeau 84 a los tiros.

En la puerta misma del edificio, cayó muerto el policía Ferraro.

En medio del intercambi­o de tiros, el primer ladrón en salir fue Ariel Gramajo (45), quien tras saltar a un edificio contiguo se fugó por calle Buenos Aires 514, según lo tomó una cámara.

Después, logró huir Ariel Rodríguez Murúa (43), quien corrió por Rondeau, siguió por Independen­cia y luego continuó por San Lorenzo.

El tercer delincuent­e en llegar a la calle fue Serravalle, quien murió a causa de entre cinco y seis balazos policiales, a 10 metros del edificio. El disparo mortal le ingresó por la cara posterior de la axila derecha, pasó por la cavidad torácica y le perforó el pulmón derecho.

Detrás de Serravalle apareció Rolando Ricardo “Ciego” Hidalgo

(62), quien corrió también a los tiros y cayó abatido por entre dos y tres balazos, en Buenos Aires al

400. Llevaba una pistola Glock 40. El proyectil mortal le ingresó por un glúteo y ascendió hasta afectar un pulmón y el corazón.

El quinto delincuent­e, Diego Alberto Tremarchi (32), nunca subió al edificio. Se quedó de “campana” y, al advertir el tiroteo, corrió por Rondeau, Independen­cia y fue detenido en Illia, con un balazo en una pierna. Se le secuestró una pistola Bersa Thunder Pro nueve milímetros, que había sido robada de Jefatura en 2015.

Este hallazgo aún genera mucho ruido dentro de la causa. La sospecha de que algunas de aquellas armas robadas haya matado a un policía provoca “terror” en los ámbitos oficiales, según coincidier­on distintas fuentes abocadas al caso.

El fiscal también pidió cotejar 11 pistolas oficiales de policías que aquella madrugada estuvieron en el lugar.

En el auto Toyota Corolla que los ladrones dejaron abandonado casi al frente del edificio, se halló otra pistola Glock calibre 40, a la que le habían incorporad­o el sistema Roni, que casi la transforma­ba en una ametrallad­ora, y una Bersa Thunder 22 que estaba dentro de un bolso.

Un mes después, la causa ya tiene 10 cuerpos y dos mil fojas; se abrió en la Justicia federal una investigac­ión contra la víctima del robo, Guido Romagnoli (32), por presunto lavado de dinero, la que es llevada adelante por la fiscal Graciela López de Filoñuk; se ejecutaron 35 allanamien­tos y se secuestrar­on dos celulares en la escena del crimen, que dieron los primeros indicios para llegar a dos tíos abuelos de Tremarchi (Teresa Mitre, 69, quien desde hacía años era empleada doméstica de Romagnoli, y Miguel Ángel Mitre,

65), quienes hoy están detenidos sospechado­s de haber brindado a la banda datos esenciales sobre el movimiento del departamen­to en el que ocurrió el robo.

Pese a que Romagnoli denunció el robo de 300 mil pesos en efectivo y 2.300.000 pesos en cheques, el monto sustraído continúa siendo un interrogan­te entre los investigad­ores.

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Recompensa. El Gobierno difundió los rostros de los dos prófugos.

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