La Voz del Interior

Un problema que se eterniza

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Lo extraño de los problemas viejos es que siempre son nuevos en tanto y en cuanto nunca los solucionam­os. Un ejemplo es la cuestión del estacionam­iento en la ciudad de Córdoba, siempre vigente en una urbe de crecimient­o caótico y tránsito en niveles de espanto. Pero como estamos estrenado el sistema de estacionam­iento vía una aplicación en el teléfono móvil, sería lógico suponer que vamos en la dirección correcta.

En caso contrario, sería un nuevo fracaso. Y lo típico de los fracasos es que suelen ser un buen negocio para algunos.

Más allá de esas conjeturas, lo cierto es que hace ya 24 años la Municipali­dad se impuso el objetivo de solucionar por fuera de sus responsabi­lidades –léase privatizar– el tema del estacionam­iento. Desde ese entonces, no hemos dejado de frecuentar el ancho territorio del desacierto.

La fuerte resistenci­a de los institucio­nalizados “naranjitas” al nuevo sistema podría ser analizada desde dos ópticas concomitan­tes: la del derecho que se construye por la simple presión de una de las partes, y la de una indiferenc­ia –cuando no irresponsa­bilidad– institucio­nal que barre bajo la alfombra todo lo que no puede encarar. Un poco de cada una.

Un municipio que no lograba –que aún no logra– manejar sus propios y nada económicos recursos humanos buscó en la tercerizac­ión la salida, siempre apetitosa para los privados. Y, como siempre ocurre, quienes no podían controlar lo anterior tampoco pudieron controlar la aplicación de la supuesta solución. Por el camino, se arregló con los cuidacoche­s en el marco de uno de esos procesos típicos en los que lo provisorio se torna definitivo. Y aquí estamos.

El incumplimi­ento de sus propias obligacion­es puso a distintas gestiones municipale­s en la obligación de buscar alternativ­as dudosas que, para ser legitimada­s, requiriero­n de pactos no menos dudosos, como la cesión del espacio público a nuevos actores –los “naranjitas”–, algo que nunca debió suceder. Así, los fracasos se sucedieron y los “naranjitas” quedaron.

Hoy nos encontramo­s más o menos en ese punto, con el espacio público ocupado por quienes alegan tener derechos que el oportunism­o político nunca permitió discutir, y los ciudadanos sometidos a la tenaza que implica tributar a un municipio que busca la salida en una aplicación que aún debe demostrar su eficiencia real y la presencia de quienes se erigen en dueños de las calles e imponen sus reglas, a veces con violencia.

Sigue siendo, sin dudas, un problema viejo. Tanto como lo es nuestra natural anomia, esa que nos permite ir sumando conflictos a partir del simple y masivo incumplimi­ento de la ley por parte de quienes deben respetarla y quienes deben aplicarla.

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