Fiebre amarilla: recalculando
Cada verano, numerosas familias planean tomar vacaciones en lugares donde la fiebre amarilla es endémica. Brasil, Perú y Ecuador encabezan la lista latinoamericana con casos durante todo el año calendario.
Mientras deciden las fechas, siempre alguien recuerda –o escucha, o le dijeron– que existe una vacuna, y entonces las consultas se multiplican.
Argentina dispone de protección para quien se desplace a dichas áreas por actividades laborales o recreativas, así como para quienes habitan provincias limítrofes con países de riesgo.
La vacuna contra la fiebre amarilla es segura, gratuita y accesible, y una sola dosis confiere inmunidad de por vida (no obstante, las autoridades de frontera suelen reclamar –acorde al reglamento sanitario internacional– la revacunación cada 10 años, para reforzar la erradicación del virus).
Los viajeros deberían recibir la vacuna con antelación, al menos 10 días previos al viaje, para desarrollar anticuerpos.
Las embarazadas y los menores de un año quedan exceptuados, a menos que se desencadene una situación de epidemia; tampoco deben recibir la vacuna personas con alergia a las proteínas del huevo y aquellas que sufren deficiencias inmunológicas.
Los lactantes hasta los 10 meses de edad podrían estar protegidos si las mujeres recibieron la vacuna antes del embarazo.
Contagio
La vía excluyente de contagio son las picaduras de mosquitos infectados, vectores que transmiten virus de un primate a otro (humanos o monos).
De acuerdo al ámbito de desarrollo, hay tres diferentes formas de aparición de casos:
La fiebre amarilla selvática ocurre en selvas tropicales, donde los monos son el principal reservorio de virus. Humanos ocasionalmente expuestos pueden ser picados y enfermar.
La fiebre amarilla intermedia es terciada por mosquitos tanto selváticos como urbanos, y causa brotes limitados y breves.
La fiebre amarilla urbana ocurre cuando individuos infectados ingresan a zonas de alta densidad poblacional, donde la mayoría de las personas tiene escasa o nula inmunidad.
Los mosquitos pueden multiplicar la infección de manera descontrolada, lo que causa elevado número de casos en corto lapso, criterios que definen una epidemia.
Síntomas
Alrededor del 85 por ciento de los infectados desarrolla síntomas leves, que aparecen entre 3 y 6 días después de las picaduras: fiebre, cefalea, dolores musculares, náuseas, vómitos e ictericia (el término “amarilla” alude al color de piel y mucosas).
Un 15 por ciento restante, en cambio, evoluciona a una segunda etapa tóxica, 24 horas después de que los síntomas parecen remitir. La temperatura vuelve a elevarse, hay ictericia intensa, orina oscura, dolor abdominal, vómitos y eventuales hemorragias. Las complicaciones son frecuentes en menores de 10 años, pero es posible una evolución favorable cuanto más precozmente se realiza el diagnóstico.
En conclusión, las actuales indicaciones de vacuna antiamarílica parecen ser suficientes para prevenir esta infección estacional.
Sin embargo, la limitación a vacunar a habitantes de países limítrofes y a viajeros podría modificarse si los cambios climáticos siguen “tropicalizando” nuestra región, teniendo en cuenta que en los últimos años se incrementaron las condiciones para la proliferación permanente de mosquitos. De consolidarse este indeseable escenario, la vacuna para fiebre amarilla en el calendario de inmunizaciones universal –tanto para chicos como para adultos– sería un tema de discusión prioritario.
La cuestión genera controversias, aunque voces autorizadas aseguran que, de persistir el cambio del ciclo de lluvias y elevadas temperaturas, fiebre amarilla y dengue podrían transformarse de enfermedades estivales a endemias, e incluso emerger otras –todavía exóticas– como malaria y paludismo.
* Médico