La Voz del Interior

La memoria en la conciencia

- Alejandro Mareco Albures argentinos

Cada 24 de marzo trae consigo no sólo el recuerdo sino también la conciencia de que la fecha simboliza la caída en el más profundo de los abismos argentinos que nos haya deparado la historia.

Han pasado ya casi 42 años de aquel golpe de Estado que pronunció la más tenebrosa de las etapas, al cabo del flujo y reflujo entre movimiento­s populares que accedían al gobierno a través de democracia y el asalto de fuerzas militares aupadas por sectores minoritari­os, pero poderosos, que perdían el control en las urnas.

Lo que la dictadura montó en estas tierras fue una tiniebla organizada, un período de sangre y atropellos que no sólo es el más tremendo de los que vivimos en los dos siglos de existencia –tantas veces atravesado­s por violencia fratricida–, sino que es una hoja de espanto para toda la humanidad.

En estos días ha comenzado el camino hacia el sábado próximo, cuando se asome a las calles la marcha, esa que se sostiene en la convicción por no perder el rastro. Porque el viejo horror sigue entre nosotros, no sólo como una marca a fuego de la historia sino como una constante advertenci­a sobre los fantasmas que acechan detrás de los engañosos alivios del olvido.

Los que fuimos contemporá­neos de aquel país amordazado, vendado, prohibido, y que aún somos presente, ya hemos envejecido o estamos en eso; muchos, la mayoría, han muerto.

Muchos de los asesinos atroces, los que ejecutaron el plan sistemátic­o de eliminació­n de opositores, fueron juzgados y condenados en juicios justos y con leyes de la democracia. Los máximos emblemas del terrorismo de Estado ya murieron, como el mismísimo Jorge Rafael Videla y, hace apenas unos días, el genocida Luciano Benjamín Menéndez.

Será el primer aniversari­o después del intento de aplicación del beneficio del dos por uno para los condenados por delitos de lesa humanidad, que la Corte Suprema de Justicia apuntaló en mayo pasado. El elocuente rechazo de la mayoría, no sólo expresado en las calles sino en las encuestas (85 por ciento en contra), hizo retroceder el gran manotazo y desbarató la pesadilla.

Mientras tanto, las recientes concesione­s o intentos de concesione­s del beneficio de prisión domiciliar­ia para los condenados están en el vórtice de la polémica. Más allá de las contemplac­iones de la ley, en algunos casos parecen pequeños manotazos, como cuando se piensa en favorecerl­os para descomprim­ir la saturación de las cárceles.

Los derechos humanos, al fin, son una invocación a la justicia. No hay violación de la integridad del hombre que no tenga que ver con la injusticia.

Y si el pasado es para siempre, la conciencia y la memoria con que asumimos lo vivido son las que nos ayudan a trazar el camino al porvenir.

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