Desnudos después del tiroteo
pública, que algunos de los resultados de los peritajes se filtraron antes de que llegaran a manos de los fiscales, lo que provocó una marcada desconfianza de los “dueños” de las causas.
Por eso, cuando el domingo último en LaVoz revelamos que había desparecido de la escena del crimen la pistola con la que mataron al policía Franco Ferraro, el nerviosismo se hizo visible en algunos funcionarios públicos.
Esto abrió una enorme caja de suspicacias, que también tiene una segunda lectura: las dudas se generan en aquellos lugares donde es posible que quepan.
¿Qué pudo haber pasado con el arma en medio del caos de aquella madrugada?
El fiscal descarta que se la haya llevado alguno de los ladrones prófugos, ya que no hay evidencia de que en la fuga se hayan detenido junto al cadáver del delincuente abatido Ricardo Serravalle.
Tampoco figura en las actas de lo que se secuestró aquella madrugada, por lo que ya no se piensa en algún extravío “involuntario” dentro de la Policía.
Ante esto, se sospecha que fue algún uniformado o un civil ajeno al tiroteo el que se la robó en los instantes posteriores a la balacera.
La coincidencia no deja de generar acidez: justo la única arma que desapareció de la escena del crimen es la que mató al policía.
Esto hizo que muchos pensaran que podía tratarse de una de las tantas pistolas que fueron a parar, en línea directa, de Jefatura a manos de los delincuentes. Armas compradas con los impuestos de los cordobeses, que terminaron por alimentar la inseguridad que daña a todo el tejido social.
Y que hoy, casi tres años después de aquel robo interno, ninguna institución oficial logra explicar con claridad cómo y qué fue lo que realmente sucedió.
Pero más que en contestar cómo pudo haber ocurrido esto, desde el domingo los esfuerzos oficiales se concentraron en descartar que se tratara de otra pistola policial en las manos equivocadas. Un bumerán que provoca terror.
Por estas horas, un nuevo informe de la Policía Judicial estaría por llevar algo de tranquilidad en ese sentido: el arma sería, de acuerdo a las vainas servidas que se encontraron, de una pistola que no corresponde a las Bersa Thunder Pro que utiliza la fuerza azul.
Una respuesta que poco le sirve al resto de la sociedad, que hoy continúa viendo una película repleta de descréditos.
Es que en la calle, a paso mucho más veloz, se está escribiendo una historia que todavía no se ve reflejada en los expedientes.
Se habla de una supuesta financiera ilegal o “cueva” que funcionaba en el departamento de Rondeau 84 donde aquella noche habían ido a robar los delincuentes que desataron la balacera, pero en la Justicia federal todavía no han dado ninguna pista en ese sentido.
Otra vez, como sucedió con CBI y sólo porque hubo una muerte en el medio, jueces y fiscales se enteraron de que en Córdoba se estarían moviendo montañas de dinero oscuro a la vista de cualquiera que quiera ver.
La pregunta, entonces, es inmediata: ¿al policía Ferraro lo mataron al quedar en medio de un asalto que involucraba a delincuentes en ambos lados del mostrador?
El interrogante no es menor. Porque desnuda toda una matriz criminal que ha vuelto muy compleja a esta Córdoba.
¿A FERRARO LO MATARON AL QUEDAR EN MEDIO DE UN ASALTO EN EL QUE HABÍA DELINCUENTES DE LOS DOS LADOS?
Y que se enfrenta, en las calles, con policías que muchas veces son sólo puro valor, porque evidencian una escasa preparación para poder hacer frente a episodios de alto impacto, como lo fue aquel tiroteo.
A todo esto, el aparato de Seguridad en Córdoba abunda en sobreactuaciones. Fotos para detener a “naranjitas”, para ordenar un recital masivo, para presentar una cámara adosada a un patrullero o para intentar controlar las “picadas” callejeras.
Peroestosrostrosnomuestranlo que sería de esperar: que alguna vez nos enteremos si se logró revertir la realidad en barrios saturados de drogas y tiros, como lo es Villa Inés, en el extremo este de la capital cordobesa, donde la familia de un abuelo asesinado hace dos semanas –al quedar en medio de una balacera ajena– debe soportar, casi con resignación, que los asesinos vuelvan y los amenacen en medio del velorio.