La Voz del Interior

Bitácora de viaje

La autora repasa sus días en La Cumbre, entre visitas a las casas del pueblo, encuentros literarios y charlas entrañable­s. Y reflexiona sobre hasta qué punto la mirada condiciona el acontecimi­ento.

- Eugenia Almeida Especial

Hace dos años participé en el Filba Nacional, un festival literario que elige como sede distintas ciudades de las provincias. En 2016, fue en San Rafael, Mendoza. Entre las actividade­s que me propusiero­n los organizado­res, estaba una de las secciones fijas del festival: la bitácora.

Se trata de invitar a algunos escritores a visitar un lugar y a pedirles que escriban sobre eso. Fui a visitar la Escuela Albergue de El Sosneado, una población de 50 casas, a hora y media adentrándo­se en la cordillera. Fue una experienci­a única.

Hace unos días, participé en una nueva edición del Filba. Esta vez, en La Cumbre. Antes de salir, releí aquella bitácora escrita en San Rafael. Rara vez vuelvo a leer lo que escribo. Por eso, el efecto es parecido al de hojear un viejo álbum de fotos.

Empezaba diciendo que nunca deja de sorprender­me hasta qué punto la mirada condiciona el acontecimi­ento. Cómo lo que nos habita se pone en juego para develarnos una parte del mundo y dejar otras en la sombra.

Quizá también tenía presente una frase de Paul Valéry mencionada en un libro de Jorge Consiglio. Algo así como que “la búsqueda proviene de un hallazgo secreto que la precede”.

Con esto dando vueltas, y pensando en el refugio que ofrece la escritura en épocas oscuras, decidí escribir mi propia bitácora. Anotar algunas cosas que pasaran en esos días. Aquello que me revelara mi propio hallazgo previo, el que guía secretamen­te ciertas búsquedas.

Miércoles

Prelanzami­ento del Festival: un diálogo abierto con Teresa Andruetto. Llego al patio mayor del Cabildo demasiado temprano.

La tarde se va deshaciend­o y empieza a asomar la noche. Es bello estar ahí, conversand­o a cielo abierto. Escuchar a Tere. Con su increíble capacidad de enlazar palabras y decir lo que hay que decir, cuando debe decirse.

Es tarde. Ha sido un día pesado. Sin embargo, el patio está lleno de gente que pide la palabra y quiere decir. Se habla del lugar de la literatura y su compromiso con la realidad. Que estemos aquí conversand­o sobre eso, que lo creamos posible, ya es mucho. No perder la voluntad de pensar juntos. No ceder ante el desaliento.

La charla termina, pero las conversaci­ones siguen en la galería del Cabildo, en una vereda, en una esquina. El día ha sido largo. Van 12 horas de trabajo sin pausa. Tengo que manejar hasta La Cumbre y elijo el camino más largo por temor al cansancio. Si necesito parar, va a ser más sencillo. Y eso hago, finalmente. Una taza de café doble a las 10 de la noche en una estación de servicio. Cuando retomo el viaje, agradezco quedar justo detrás de un camión. Me siento protegida. Las luces traseras iluminan la absoluta oscuridad, la velocidad es baja; prefiero demorar y llegar bien.

Curvas y sierras y pueblos. Llego a La Cumbre casi a medianoche. Busco el hotel y me pierdo. Termino en una calle donde un auto me encandila. Es un segundo, pero me doy cuenta de que voy en contramano y tomo la primera bocacalle. El auto que me encandiló me sigue. Seguridad ciudadana. Pido disculpas, digo que busco el hotel, que la dirección de las calles no estaba indicada.

El hombre que maneja me hace una seña para que lo siga. Damos infinitas vueltas hasta que llegamos a un portón. Al fondo de un largo camino, el hotel Palace. Al día siguiente, el escritor Juan Forn nos contará que, hace mucho tiempo, los clubes de fútbol iban a hacer las concentrac­iones ahí. Y que él y sus amigos espiaban a los jugadores mientras se entrenaban.

Jueves

La mañana comienza con la visita a la galería de arte Júpiter. Adolescent­es a montones y Ana Gilligan presentand­o las obras de la muestra “Un trazo es muchas cosas”.

Un rato después, un taller de escritura. 21 personas que se reúnen para charlar y compartir los pliegues que ofrece la ficción. Un juego bellísimo.

Al mediodía, almuerzo. En la silla de al lado, la cara más amable y alegre del Filba: Leo Gorosito. Fotógrafo que va de aquí para allá con sus cámaras y su sonrisa y su conversaci­ón. Hablamos de todo y de nada. De El Sosneado. Del accidente de avión de los rugbiers uruguayos. De la película

Arreo. De los puesteros del río Pinto. Una conversaci­ón, cuando funciona, es el mejor reparo.

Esperamos la combi con Betina González. Hablamos de las dificultad­es de la novela. Y de cómo los cuentos pueden ser una forma de tomar aire. Desde el hotel, se ve un famoso castillo. Juan Forn nos cuenta algo de la leyenda que lo rodea. Armas. Secretos. Se siente el perfume de los cigarritos hindúes que fuma Forn.

A la noche, Eduardo Muslip habla de los detalles. Algo en sintonía con las notas que estoy tomando. La apertura es en la sala Ocampo. Lecturas, charlas, encuentros. Ahí conozco a Daniel Alicio, uno de los profesores que van a recibirme mañana en una escuela.

Daniel trabajaba en una ferretería. Y se pasaba el día leyendo. Una de sus clientes era Tununa Mercado. Ella me cuenta que cuando fue a hacer su primera compra, lo vio con un libro de Marechal en la mano. Que empezaron a charlar y que ella y su compañero, Noé Jitrik, empezaron a prestarle libros. Se ríen los dos. Daniel dice que tiene que devolverle­s uno que aún les debe. Mañana voy a saber que este ferretero que dejó el rubro para estudiar Literatura es, también, un colega. En mi valija, de regreso, voy a traer su libro.

Viernes

A las 9, visito la escuela. Los estudiante­s prepararon una representa­ción teatral conmovedor­a. Al terminar, una de las chicas, Juliana Grigera, me acerca algo que ha escrito. Veo que en La Cumbre hay muchos más colegas que los que pensaba encontrar.

Por la tarde, los escritores Betina González, Mariano Quirós y Perla Suez hablan de lo salvaje. Después, una conversaci­ón sobre monstruos. A la noche, bajo una Santa Rita, lectura de poemas. Arranca Elena Anníbali. Ella y su voz. Todo se enmudece. Es imposible describir la escritura de Anníbali. Intentarlo sería hacerle poca justicia. Hay que leerla. Escucharla. De esas voces vendrá lo que es imperioso oír.

Entre unos poetas y otros, canta Nati Pérez Aráoz. Un descubrimi­ento precioso para mí.

Vamos al teatro a ver a Camila Sosa Villada. Conmueve. Sabe hacer eso. Conmueve. Pone el cuerpo y recita textos ajenos y propios. Todos estamos prendidos de eso que va diciendo su voz, del movimiento de sus manos, de ese andar que juega entre una niña que camina al azar y un león enjaulado que sabe –lo sabe– está a punto de liberarse.

Sábado

Último día del taller de escritura. Hemos compartido algo nodal. No sabría definirlo, pero lo sentimos. Está ahí.

Por la tarde, vamos hasta El Paraíso, la antigua casa de Manuel Mujica Lainez. Es tanta la gente que no logro entrar. Tomo un café a unos pasos y, después, visito la “Casita de libros”, un rincón especializ­ado en libros álbumes que nos recibe y nos deja hojear y leer durante horas algo de la maravilla que tienen ahí.

A la noche, lecturas a la carta en el patio de un bar. Estoy con cinco amigos. Betina González nos lee. La felicidad es absoluta.

Domingo

Siesta. Caminamos recorriend­o La Cumbre. Los organizado­res del Filba invitaron a cinco escritores a escribir sobre cinco casas cuyas fotografía­s nos enviaron hace unas semanas. Y ahora estamos ahí, caminando en grupo, con la gente.

Alguien dice “hay más gente que en la procesión de Semana Santa”. Somos parte de un rito pagano. Nos siguen alegrement­e un par de perros.

La tarde sigue con charlas, entrevista­s y bitácoras.

Yo subo a un auto que me lleva, ahora sí, por el Camino del Cuadrado, bajo una niebla cerrada que apenas permite ver. Esas luces que bailan en la montaña me recuerdan un poema.

Algo de mi hallazgo secreto y de mis búsquedas está aquí, en estas notas. Aunque no es traducible a palabras. Pero el ojo ve. Descubre. Y en cuanto descubrió eso que no puede decirse, ve más. Ve mejor.

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