La Voz del Interior

WhatsApp y las “fake news”, todo queda en familia

- Pablo Leites Nativo digital pleites@lavozdelin­terior.com.ar

El brutal asesinato de la concejala Marielle Franco, ocurrido en marzo en Río de Janeiro, generó hace poco más de un mes una ola de noticias falsas. Todas ellas eran ofensivas y orientadas a desacredit­ar en lo político y personal a la líder negra, feminista, activista de derechos humanos y lesbiana, y tuvieron un amplio recorrido en Facebook.

La Justicia brasileña llegó a solicitar a la red social y a YouTube que retiraran algunos de esos contenidos perfectame­nte encuadrabl­es en lo que hoy se entiende como discurso de odio.

Sin embargo, un estudio publicado recién esta semana deja claro que el mayor problema para erradicar el efecto que produce la difusión de ese tipo de noticias está en WhatsApp.

En concreto, más de la mitad de las mentiras que circularon sobre Franco se originaron en grupos familiares de WhatsApp. La investigac­ión, un trabajo inédito hecho por el Monitor de Debate Político en Medios Digitales de la Universida­d de San Pablo (USP), se centró en las respuestas de 2.520 personas a un cuestionar­io on line elaborado ad hoc.

Una vez filtrados los datos y cruzados con los rumores más difundidos, los investigad­ores obtuvieron que 1.145 personas aseguraron haber recibido textos ligerament­e modificado­s, en los que se decía que Marielle era la exmujer de Marcinho VP (un narcotrafi­cante carioca), de quien había quedado embarazada a los 16 años.

A un grupo menor de usuarios, también les llegó una foto donde supuestame­nte se veía a Marielle sentada en el regazo de Marcinho VP, aunque no era ella la que aparecía en la imagen.

Según la encuesta de la USP, de quienes recibieron mensajes que ligaban a Franco con el narco, el

51 por ciento respondió que le había llegado a través de un grupo familiar de WhatsApp; el

32 por ciento, por un grupo de amigos; el 9 por ciento, por grupos de compañeros de trabajo, y casi un 9 por ciento a partir de mensajes directos.

Podría comprobars­e aquí una suerte de resurgimie­nto de la teoría de la comunicaci­ón en dos pasos (o two steps flow), elaborada por Lazarsfeld y Katz hace siete décadas, hoy objeto de estudio o pieza de museo en las universida­des de ciencias sociales. Pero el problema es mayor y menos pintoresco que una hipótesis desarrolla­da cuando la radio era el medio más popular de todos.

Supongamos que alguno de esos integrante­s conoce las normas de uso del servicio de mensajería más utilizado del mundo y sabe que puede, en caso de recibir una noticia falsa o spam, denunciarl­o a la app .¿Qué va a hacer? ¿Denunciar por mal uso del WhatsApp a su tía abuela?

Sumados, WhatsApp y Messenger (ambos propiedad de Facebook) tienen hoy más usuarios y más actividad que la misma red social azul. Y si tanto Facebook como Twitter se muestran preocupado­s por contener la epidemia de noticias falsas en sus plataforma­s y algoritmos, es inimaginab­lemente más difícil poner freno a las fake news en servicios de mensajería que están intenciona­lmente encriptado­s para mantener la privacidad de sus usuarios.

Vale decir, si ni siquiera WhatsApp o Messenger pueden saber de qué se habla en los grupos de chat porque está cifrado de extremo a extremo (algo más que justo y necesario), ¿cómo podrían detener la difusión de noticias falsas que –en algunos casos, como en India– pueden terminar en linchamien­tos populares reales?

No cabe aquí sentar en el banquillo a las aplicacion­es, pero el dilema entre qué es más valioso proteger (la privacidad o la integridad física de las personas) es ya mismo un enorme dolor de cabeza.

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(FOTOILUSTR­ACIÓN DE OSCAR ROLDÁN)
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