El periodismo, ante un momento oscuro
Deloire, trazó un crudo panorama: “La hostilidad frente a los medios de comunicación alentada por ciertos dirigentes políticos y el deseo de los regímenes autoritarios de exportar su visión del periodismo amenazan a las democracias”.
La muerte en Nicaragua del periodista Ángel Ganoa, asesinado mientras transmitía las protestas contra las reformas sociales; las condenas a 15 directivos, colaboradores y empleados del diario opositor Cumhuriyet, uno de los más antiguos activos en Turquía, y la exacerbación de la violencia verbal de líderes políticos contra la prensa son apenas algunos pocos pero gravísimos botones de muestra.
Si nos enfocamos en Latinoamérica, además de la tragedia social que se vivió en Nicaragua, la situación en México es alarmante. Para Reporteros Sin Fronteras, es la nación “más mortífera del mundo para los periodistas”, porque en el último año 11 comunicadores fueron asesinados.
En una mirada más amplia, debe advertirse que muchos gobernantes observan a la prensa como su enemiga y alientan conductas sociales en su contra.
Basta citar el caso del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien a diario descarga su furia contra los medios desde su cuenta de Twitter.
Muy lejos están Trump y otros líderes mundiales de la saludable e imprescindible opción de considerarla su aliada para contribuir al mejoramiento de los estándares democráticos de las naciones.
Al peligro del trabajo de los periodistas en estas condiciones se agrega un factor de condicionamiento a la libertad de los medios: el manejo discrecional de pautas publicitarias.
Se torna imprescindible repasar una y otra vez la Declaración de Chapultepec, nacida de la Conferencia Hemisférica que la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) realizó en 1994, en México.
Sus primeros dos puntos rezan: “No hay personas ni sociedades libres sin libertad de expresión y de prensa. El ejercicio de esta no es una concesión de las autoridades; es un derecho inalienable del pueblo”.
“Toda persona tiene el derecho a buscar y a recibir información, expresar opiniones y divulgarlas libremente. Nadie puede restringir o negar estos derechos”.
Queda dicho: la democracia en libertad requiere de un periodismo que se ejerza sin muertes, sin prisiones ni presiones.
Lo demás es matar, encarcelar y oprimir a la sociedad misma.