El invierno está en camino
financiero que atraviesa una versión del mundo sin fronteras y de tanto en tanto anida aquí o allá, en cumplimiento de su mandato de voraz multiplicación?
Esa versión del mundo, como tantas otras, está habilitada sólo para el dinero. Se sabe –sobre todo lo sabe la gente– que las multitudes desamparadas acorraladas tropiezan con la rigidez de las murallas.
“Siento que en unos años la gente estará haciendo lo que siempre hace cuando la economía se hunde: echarles la culpa a los inmigrantes y a los pobres”.
En el final de La gran apuesta, la película de Adam McKay (2015), el protagonista deja su presentimiento sobre una consecuencia remanida, conceptual y práctica que suelen tener los grandes desaguisados del dinero. En este caso, era sobre la crisis financiera de 2008, producto del estallido de la “burbuja inmobiliaria”, con epicentro en Estados Unidos y daños colaterales en el globo.
Dinero... En el juego de reproducción, fuga, devaluación extorsión y aplastantes tasas de interés, inconmensurables cifras estallan en la capacidad del imaginario cotidiano.
¿Tiene objeto reparar en el detalle de que los 170 mil millones de pesos que el Gobierno blande como fantasma de lo que se perderá si no se paga tal como está el exorbitante aumento de las tarifas es bastante menor al cúmulo de dólares que en unas pocas semanas se inmolaron en la causa de la cotización? Y el proyecto de ley que intenta hacer retroceder a las tarifas se consume la mayor energía política del momento.
Mientras anuncios de frío van anticipando descobijos, aguardamos el desenlace del acuerdo con el FMI y la correspondiente receta del organismo a cambio de sus dólares. Entonces, estará escrito allí, con el rigor de la fuerza del dinero, el gran ajuste que estaba agazapado esperando la oportunidad.
Vendrá montado en la zozobra y el desasosiego de estos días que nos precedieron. El miedo suele funcionar como la materia inicial del infortunio, decíamos aquí. Basta recordar cómo la hiperinflación de finales de la década de 1980 y principios de la de 1990 nos llevó a asistir a la venta de las grandes empresas de la sociedad toda (del Estado) casi sin resistencia.
La idea es aceptar que los sectores populares, buena parte de la clase media incluida, no deben tener demasiadas aspiraciones de consumo e incluso de oportunidades. El invierno está en camino y otra vez se trata de llegar a la otra orilla: la travesía se presiente espinosa.