La Voz del Interior

La relación Estado-Iglesia

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menemismo por garantizar­se la continuida­d y la de la oposición por no extinguirs­e– expliquen el artículo segundo de dicha Carta Magna, que reitera el texto original: “El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”.

Se desaprovec­hó entonces la oportunida­d de revisar una cuestión que ya había eclosionad­o en los tiempos de Julio Argentino Roca. Y prosiguió con el violento desencuent­ro de 1945-55, para seguir en los años de Arturo Frondizi, cuando se debatía con fervor entre “laica o libre”.

Las recientes confrontac­iones por el tratamient­o en la Cámara de Diputados de la legalizaci­ón del aborto, que mostró a círculos fundamenta­listas –y también a algunos prelados– en inadmisibl­es actitudes de presión, y las que se avecinan por el paso del mismo proyecto al Senado ratifican que, como todas las relaciones complicada­s, esta debe ser replantead­a. Ningún credo debería tener primacía constituci­onal sobre los restantes ni aportes del Tesoro, ya que ello implica una discrimina­ción hacia quienes nada reciben. Tampoco resulta admisible que cualquier sector se atribuya el rol de conciencia moral de la Nación, práctica ajena al sano laicismo que requiere una república inclusiva, más allá de cual fuere el sentir espiritual de sus habitantes.

No es de gran ayuda la reciente intervenci­ón papal que, soslayando la tradiciona­l y sutil diplomacia vaticana, equiparó con los nazis a los miles de ciudadanos argentinos que, aun cuando no propicien el aborto, se oponen a que este siga siendo una práctica furtiva y que se condene a quienes se ven obligados a recurrir a esa instancia extrema. Si de veras queremos avanzar hacia una sociedad adulta, esta y otras cuestiones deben ser discutidas antes de que pasen otros 100 años, pensando en el futuro más que en la coyuntura.

Ello implica auscultar el sentir de la sociedad y replicar las voces de esta en el Parlamento, el lugar que correspond­e. La valiosa experienci­a de los recientes debates marcan un camino para la escucha atenta y respetuosa a todos los sectores, ya que en democracia no correspond­en las imposicion­es sino los consensos, y máxime en temáticas como la que abordamos.

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