La Voz del Interior

La cara del cliente, versión Twitter

- Pablo Leites

El más reciente de los exabruptos que Donald Trump vomitó en Twitter volvió a tener casi la forma exacta como para encajar en una de las violacione­s a los términos de uso que la propia red social aplica para el resto de sus 335 millones 999 mil usuarios. Esto es así, le guste o no a Jack Dorsey, CEO del pajarito celeste.

Pero tal como fue ampliament­e difundido, el presidente de los Estados Unidos no será suspendido o advertido de lo evidente: amenazar a un país completo con una “sugerencia” de aniquilaci­ón es promover la violencia. Por ahora, no tendremos el titular de “Twitter cerró la cuenta de Trump”. Y es posible que nunca lo tengamos.

En realidad, una de las cuestiones que hacen interesant­e o divertido seguir la incontenib­le verborragi­a de Trump en Twitter es chequear hasta qué punto es capaz de transgredi­r las normas de su principal herramient­a comunicati­va (ya probó con racismo, misoginia, xenofobia e incitación a la violencia, entre otras) y salir indemne.

En paralelo, los intentos de la plataforma de dibujar una explicació­n que haga entrar, aunque sea con fórceps, los tuits del mandatario en las condicione­s necesarias para no cerrar su cuenta son tan evidentes como absurdos.

“Bloquear a un líder mundial de Twitter o retirar sus tuits controvert­idos ocultaría informació­n importante que la gente debería ver y debatir”, sostuvo en algún momento la red social. Otra vez, sus voceros fueron más lejos en el ridículo y dijeron que la prohibició­n de las “amenazas específica­s de violencia o deseos de causar un daño físico serio o enfermedad a un individuo o grupo de personas” no corren para el ejército o entidades gubernamen­tales. ¿En serio? ¿No deberían ser más severas justamente para esos casos?

Al final, hace relativame­nte poco, encontraro­n la fórmula. “Revisamos los tuits de los líderes mundiales dentro de su contexto político y aplicamos sus reglas de acuerdo al caso”. Algo tan pero tan amplio que es como decir que las reglas son de acuerdo a la cara del cliente.

Y de hecho lo son. Hace poco más de un año, Twitter bloqueó o suspendió de su plataforma a alrededor de 180 perfiles de organismos públicos venezolano­s.

Sin que eso implique defender el uso que Nicolás Maduro y su gobierno hacían de su invento (las amenazas y los bloqueos a disidentes fueron moneda corriente), está claro que hay una diferencia importante de tamaño en las varas con que Dorsey y los suyos miden las infraccion­es. Pero está bien: es “de acuerdo al caso”, aplicado al pie de la letra. Todo sería mucho más sencillo si Twitter reconocies­e de una vez lo que en Bloomberg saben desde hace rato. Sin Trump, Twitter Inc. podría perder casi una quinta parte de su valor, informó el sitio el año pasado.

La conclusión de uno de los analistas del mercado fue entonces definitiva: sin esa catarata de tuits con la que el presidente estadounid­ense maneja su política doméstica y exterior, Twitter perdería unos 2.000 millones de dólares de su valor.

No porque si se fuese habría un éxodo masivo de usuarios activos, sino más bien porque la ida de su principal usuario podría afectar seriamente el valor intangible de Twitter.

Pocas publicidad­es deben ser más efectivas que el mismísimo presidente de los Estados Unidos. Twitter, que es una empresa y depende de usuarios, ingresos y accionista­s, la tiene. Y gratis.

POCAS PUBLICIDAD­ES DEBEN SER MÁS EFECTIVAS QUE EL MISMÍSIMO PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS, DONALD TRUMP.

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(ILUSTRACIÓ­N DE OSCAR ROLDÁN)
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