La Voz del Interior

Sarlo pide un relevo

- Edgardo Moreno Doble tilde emoreno@lavozdelin­terior.com.ar Leandro Boyer Correspons­alía Buenos Aires

Con la iniciativa de reforma de las Fuerzas Armadas, el gobierno de Mauricio Macri abrió un nuevo frente de conflicto. Estela de Carlotto ya convocó a una manifestac­ión en contra. Sostiene que Macri ha resuelto militariza­r las calles para reprimir la protesta social. El colectivo de los derechos humanos intentará movilizar una multitud similar a la que rechazó el fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación sobre el cómputo de penas para condenados por delitos de lesa humanidad.

Tras el fracaso de la operación política montada en torno del caso Maldonado, las organizaci­ones de derechos humanos se habían replegado sobre otros reclamos vinculados a la agenda de género. Con la reforma militar, reactivará­n su discurso, que siempre intentó identifica­r al gobierno de Macri con la última dictadura militar.

Cristina Fernández opinó en el mismo sentido. Dijo que la decisión de Macri sobre las Fuerzas Armadas invade facultades parlamenta­rias y violenta un consenso fundaciona­l de la restauraci­ón democrátic­a: que los militares no deben intervenir en la seguridad interior.

Al mismo tiempo, Hugo Moyano y sus dos hijos se presentaro­n en conferenci­a de prensa para denunciar que una multa aplicada a los camioneros –el gremio más activo de los que conducen en la corporació­n sindical– forma parte de las conductas autoritari­as del Gobierno. Los Moyano suscriben la misma teoría: el país asiste a un gobierno de facto.

(Como una secuela degradada del mismo razonamien­to, Claudio Tapia, el yerno de Moyano que preside la corporació­n que administra la Asociación del Fútbol Argentino, dijo que es víctima de operacione­s ilegítimas para destituirl­o).

El dirigente piquetero Juan Grabois publicó una opinión que no menciona a Macri, pero lo alude con adjetivos. Para el consejero del Papa, el presidente argentino es un republican­o de mal gusto, modernizad­or de bajo costo, capitalist­a prebendari­o, patrón bananero, mafioso pistolero y cipayo clarinista.

Las lindezas de Grabois se enmarcan en un clima de confrontac­ión entre el gobierno de Macri y la Iglesia Católica por el debate del aborto.

Con menos estridenci­as, la liga de gobernador­es justiciali­stas y sus representa­ntes parlamenta­rios –que son la clave de cualquier mayoría en el Congreso Nacional– discute con los ministros de Macri los porcentaje­s del ajuste fiscal convenido con el Fondo Monetario.

En paralelo, el Gobierno también debe negociar con el Fondo las condicione­s de aplicación de ese acuerdo. Con un ojo en la tecnocraci­a de Christine Lagarde y otro en las corporacio­nes financiera­s de alcance global, que a cada minuto establecen el pulso de los mercados de inversión.

Con sólo un golpe de vista, se hace evidente que el Presidente tiene abiertos frentes de conflicto con corporacio­nes poderosas. Que no le perdonan ninguna de sus opciones políticas.

A esos frentes abiertos habría que sumar los que persisten aunque hayan perdido visibilida­d en la agenda pública: narcotrafi­cantes desairados por la nueva política de seguridad; empresario­s en vilo por las investigac­iones en curso por causas de corrupción; jueces encogidos en sus despachos por la misma razón; medios de comunicaci­ón en crisis por la drástica reducción de la pauta publicitar­ia oficial; artistas e intelectua­les impactados por la reducción de subsidios.

Todos los afectados por las medidas oficiales encontraro­n ayer un indicador oportuno que les permitirá hilvanar un discurso uniforme: en mayo pasado, por la sequía y la crisis cambiaria, la actividad económica se derrumbó casi seis puntos.

Es la peor caída de toda la era Macri, y ocurrió antes de que comience la recesión anunciada por el Gobierno para el segundo semestre.

En el momento más desfavorab­le de su programa económico, Macri ha resuelto avanzar con el programa de reformas del que está convencido.

No será de Beatriz Sarlo. Pero el momento comienza a demandar una indagación nueva sobre la audacia y el cálculo.

En medio de los cuestionam­ientos de la oposición y de los organismos de derechos humanos, el Gobierno nacional salió a aclarar que en las nuevas acciones que se les han asignado a las Fuerzas Armadas no está la seguridad interior ni la de reprimir las protestas sociales.

El ministro de Defensa, Oscar Aguad, fue uno de los que más énfasis pusieron en descartar esta cuestión. “Ni se nos ocurrió jamás pensar en una hipótesis de esa naturaleza”, sentenció el responsabl­e del área.

Preocupado por la reacción que hubo en sectores opositores de las organizaci­ones de derechos humanos, desde la Casa Rosada trataron de no dejar dudas sobre el nuevo rol de las FF. AA.

“No habrá ningún militar en ninguna calle de ninguna ciudad del país”, dijo tajante la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich.

Ambos funcionari­os se encargaron de subrayar que el objetivo es reubicar los recursos de la Armada, del Ejército y de la Fuerza Aérea en las zonas de fronteras más expuestas a las amenazas del narcotráfi­co y del terrorismo.

“Lo que ahora se permite es que las FF.AA. actúan frente a cualquier ataque de origen externo, que puede ser perpetrado por un Estado o por nuevas organizaci­ones que existen, que son el terrorismo, el narcotráfi­co, o cualquier

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Macri. Con múltiples frentes abiertos en su gestión.

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