La Voz del Interior

A 10 años de una acusación crucial

- Carlos Paillet Especial

A pocas horas de dejar la clínica en la que estuvo internado tras la balacera a quemarropa que aquel 14 de abril de 2008 lo dejó con vida de milagro, Alejandro Roganti concedió una entrevista a La Voz en su casa de Villa María, con su esposa y sus dos hijos de testigos.

Antes de hacerle la consulta de rigor sobre las sospechas que manejaba, Roganti se despachó con una frase tan inesperada como rotunda: “Me mandó a matar Eduardo Brandolín”.

Desde aquella acusación, los dos sujetos que estaban identifica­dos como autores del ataque, Sebastián y Maximilian­o Eve, mutaron de pistoleros solitarios a presuntos sicarios, a matones a sueldo.

Roganti fue directo al grano y, de manera indubitabl­e, le atribuyó la autoría intelectua­l de la balacera a Brandolín, con quien mantenía diferencia­s insalvable­s, no sólo por razones ideológica­s sino también por las denuncias que la víctima había hecho por presuntos negocios empresaria­les espurios desde la conducción del gremio regional de Luz y Fuerza.

Los fiscales que fueron heredando el expediente no tenían dudas de que los Eve habían llegado aquella noche para ajusticiar a Roganti. El supuesto “encargo”, sin embargo, no se completó, pese a los cinco disparos que le descerraja­ron con una pistola 9 milímetros.

Los Eve fueron condenados, pero Brandolín y uno de sus más fieles laderos, Miguel Ángel Valente (también salpicado por las acusacione­s que golpean a su jefe), se beneficiar­on con las dificultad­es que existen en materia probatoria cuando se acusa a alguien de encargar un crimen. Llegó a trascender la existencia de una filmación casera que mostraría a una allegada a los Eve reclamándo­le a Brandolín el pago de la “cuota” a cambio de silencio. Pero habrá que esperar para ver si la carga probatoria logra cerrar el círculo entre los sicarios y sus presuntos mandantes. O si Brandolín puede defender en sede judicial su proclamada inocencia.

Brandolín forma parte de una casta de dirigentes gremiales que no ocultan sus ambiciones de perpetuida­d en los cargos. Quizá fue ese desmesurad­o apego al poder lo que lo dejó a la intemperie de las denuncias que ventiló Roganti, quien, a 10 años de aquella desventura, se mantiene firme: “Fue Brandolín”.

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