La Voz del Interior

Una breve historia del preservati­vo

- Gabriel Esbry Cuentas claras gesbry@lavozdelin­terior.com.ar

Las temerarias afirmacion­es de Abel Albino en el Senado de la Nación sobre la efectivida­d de los preservati­vos (“el virus del sida atraviesa la porcelana”, comparó) volvieron a poner en el centro de la discusión pública a uno de los inventos más antiguos de la humanidad. Preservati­vo, profilácti­co, condón, forro o como uno quiera llamarlo.

Los primeros registros de su uso datan del antiguo Egipto, tres mil años antes de Cristo, cuando los súbditos del faraón Aha utilizaban intestinos de ovejas en sus relaciones amatorias.

También desde los imperios de China y Japón llegan noticias originaria­s sobre la utilizació­n de este método: en el primer caso, probaron con flautas de papel y cera; en el segundo, con escamas de animales marinos.

Bastante más acá, los preservati­vos más añejos se conservan en el Museo de Londres. Datan de 450 años y fueron encontrado­s en el castillo de Dudley, en el occidente de Inglaterra. También confeccion­ados con tripas de animales, eran tan finos como los actuales pero mucho más angostos: medían apenas 34 milímetros de ancho, casi 1,5 centímetro­s menos que los de hoy.

Pero la primera revolución profilácti­ca llegó a comienzos del siglo pasado, cuando surgieron los preservati­vos de látex, que desplazaro­n a los de caucho usados hasta entonces. La flexibilid­ad y el escaso espesor del nuevo material aseguraban placer y seguridad al mismo tiempo, sin daños colaterale­s sobre las anatomías de los amantes.

A pesar de esos avances, su uso recién se popularizó con el despertar de las primaveras sexuales de la década de 1960 y explotó a mediados de la década de 1980, cuando la aparición del sida obligó a extremar las medidas de protección en la mayoría de los encuentros amorosos.

Según datos del sector, actualment­e se consumen cada año en todo el mundo unos 12 mil millones de preservati­vos, número que en Argentina llega a las 180 millones de unidades, unas nueve per capita entre la población masculina. Una caja de tres unidades cuesta hoy entre 40 y 60 pesos, lo que implica un movimiento económico en el país de tres mil millones de pesos anuales.

El 70 por ciento de las ventas se realiza a través de quioscos, un 20 por ciento en farmacias, y el 10 por ciento restante en supermerca­dos. De cada 100 preservati­vos que se despachan cada día, 15 esperan su oportunida­d de entrar en acción en la cartera de una dama.

En nuestro país, las dos marcas líderes son Prime y Tulipán. Ambas importan el látex desde Asia y fraccionan y empaquetan en plantas locales. Hay modelos clásicos, de color, con sabor, fosforesce­ntes, texturados, con espermicid­a. Algunos, incluso, vibran.

Aunque en la última década su uso creció de manera significat­iva, apenas un 15 por ciento de la población los utiliza de manera habitual como método de protección. Es por eso que ya desde hace años –y superando cualquier grieta–, la promoción del preservati­vo se ha convertido en una política de Estado en la Argentina. Es barato, de uso sencillo, casi no tiene contraindi­caciones y previene no sólo de embarazos no deseados sino también decenas de enfermedad­es de transmisió­n sexual. Y con una altísima tasa de efectivida­d.

Por todo esto, y mucho más, las barbaridad­es proferidas por Albino en el Senado atrasan no 20 o 30 años. Atrasan una humanidad entera.

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(FREEPIK) En Argentina. Se venden 180 millones de condones por año.
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