La Voz del Interior

Elroldelos­adultoses clave en los procesos de duelo infantil

Ante la pérdida de afectos significat­ivos, los niños deben recibir atención, escucha y afecto de los mayores que los acompañan. La ayuda de un profesiona­l en salud mental puede contribuir a que todos transiten mejor por ese delicado momento en la vida de

- Jesica Mateu

Lo peor que puede sucederle a un niño que atraviesa una situación tan disruptiva como la pérdida de un ser querido es vivir en un ambiente que “teje una conspiraci­ón de silencio en torno a la muerte”, decía el célebre psiquiatra, psicoanali­sta y pediatra inglés fallecido en 1971 Donald Winnicott.

De allí que los adultos de refe- rencia tienen un rol fundamenta­l.

Ante el fallecimie­nto de un padre, de una abuela o de un amigo, por ejemplo, el niño no puede responder con madurez y, entonces, puede enfermar. Es entonces cuando el duelo, según Winnicott, es un logro en sí mismo que, para concretars­e, necesita de adultos afectuosos que registren las necesidade­s que tiene el chico que está atravesand­o ese complejo proceso y que faciliten la expresión de sus emociones, sea tristeza u odio.

Además del silencio que en ocasiones puede instalarse en una familia cuando una pérdida importante acontece, está el que genera, en concreto, la persona que fallece (o que se va). Lo explica la terapeuta Elizabeth Chapuy, miembro de la Asociación Psicoanalí­tica de Córdoba y presidenta de la última y reciente edición del Congreso Argentino de Psicoanáli­sis: “El problema de la pérdida es la ausencia de la palabra: hay algo que queda mudo, que no está más”. “De ese vacío –agrega–, el adulto referente debe responsabi­lizarse de ponerle palabras. Hay que poder hablar con el niño. El colegio, la maestra, la familia y un terapeuta, todos deben poder acompañar”, propone.

La psicoanali­sta señala que “nunca debe creerse que, como el niño es chiquito, es mejor no mencionar el tema. No hablar de la pérdida la convierte en una experienci­a traumática que genera una herida que no cierra fácilmente. El hacer de cuenta que no pasó nada no aliviará su angustia: la profundiza­rá. Por eso, hay que consultar con un especialis­ta: para que pueda ayudar a llenar ese vacío”, dice.

Caso

La Asociación Psicoanalí­tica Argentina (APA) presentó el mes pasado un informe a propósito del recorrido terapéutic­o de una niña en duelo por la muerte intempesti­va de su mamá. La nena, denominada Juana en la reseña, de entonces 6 años, fue asistida por el Servicio de Psicología Clínica de Niños (SPCN), dependient­e de la Cátedra de Psicoanáli­sis Escuela Inglesa de la Universida­d de Buenos Aires (UBA), que trata de manera gratuita a familias sin cobertura médica y en extrema vulnerabil­idad psicosocia­l.

El informe –en el que también se incluye el proceso terapéutic­o de su abuela, tratada en un grupo de orientació­n– permite entender algunos conceptos que se ponen de manifiesto en el proceso de duelo infantil. También, reflexiona­r sobre el rol de los adultos. Es que, en sus páginas, las psicoanali­stas Daniela Bardi, Laura Ramos y Ana María Luzzi relatan que la niña preocupaba especialme­nte a su abuela porque lloraba de manera constante, se enojaba con facilidad y no admitía culpa cuando rompía los juguetes de sus hermanos y los acusaba, además, de haber sido ellos los autores.

De acuerdo con Chapuy, no hay actitudes o reacciones normales o anormales, sino que, ante una pérdida, “al niño puede pasarle de todo. Puede enmudecer, hablar, angustiars­e o irle mal en el colegio, entre otras cosas”. Lo importante es prestarle atención, acompañarl­o y darle lugar a que se exprese.

El mundo interno de los niños está en plena construcci­ón, lo que se hace por demás difícil con la muerte de una madre, como en el caso de Juana, o de otro afecto significat­ivo. Esta es la razón principal por la que toma vital importanci­a la actitud de los otros adultos de referencia.

Las personas que rodean a los chicos “construyen su subjetivid­ad. Entonces, perderlas tiene un alto impacto en su vida y en la construcci­ón de sí mismos. Por lo tanto, que un niño haga un duelo es deseable en el sentido de que es necesario. El problema es cuando el chico no da cuenta de esta pérdida”, profundiza Chapuy. Es decir, si se comporta como si nada hubiera sucedido. De cualquier manera, “los adultos tienen que hacerse cargo y buscar ayuda profesiona­l porque incluso es muy probable que, si la muerte ocurre en el ámbito familiar, también ellos estén sufriendo su propia pérdida”.

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