Disparó contra el amigo y, hasta que murió, siguió amenazándolo
a jugar. La cargaba, la descargaba, apuntaba a uno, apuntaba a otro, y la guardaba. Se ponía más intenso cuando se drogaba con pastillas mezcladas con alcohol.
“Che, boludo, cortala con el ‘fierro’”, gritó uno de los amigos.
Es que Alan no dejaba de molestar a su amigo Nazareno.
“Siempre lo hostigaba, lo molestaba mucho, así se divertía. Le pasaba el arma por la cabeza, por el tórax, por los genitales... Como dijeron los testigos, lo ‘bolaceaba’... Y le terminó pegando un tiro”, dijo el fiscal Hidalgo. “No fue una imprudencia. Fue algo intencional”, agrega.
El balazo dio en la tetilla izquierda de Nazareno, de arriba hacia abajo, de adelante hacia atrás.
“Si no decís que fueron motochoros, yo no te llevo al médico”, le insistió Alan a su amigo herido. Los demás oyeron todo, pero tampoco se atrevieron a contradecirlo.
Horas después, la hermana de la víctima se enteró del engaño y no tardó en decírselo a los investigadores que, a la entrada del Urgencias, buscaban datos y testimonios para aclarar el hecho. Es que la versión de los motochoros “no cerraba” por ningún lado.
Ya en el juicio fueron pasando distintos testigos que terminaron contando la verdad. Entre ellos sobresalieron los amigos de la víctima y hasta su hermana.
Uno de estos testigos llegó a declarar: “Alan le decía a Nazareno: ‘Si te quiero pegar un tiro, te lo pego’. Y le pegó nomás”.
Esos testimonios y los peritajes balísticos, que determinaron la forma en que fue efectuado el balazo y cómo entró a la humanidad de Nazareno, terminaron echando luz sobre lo sucedido aquella desgraciada medianoche de agosto.