La Voz del Interior

Cómo escapar a los algoritmos y elegir por nuestra cuenta

Define qué series vemos, qué música escuchamos y qué libros leemos. Pero, a la vez que nos ofrece opciones, invisibili­za otras. Y tal vez la culpa sea nuestra.

- José Heinz jheinz@lavozdelin­terior.com.ar

Situación habitual para cualquier usuario suscripto a Netflix: después de varios días de adicción a una serie, cuando aparecen los créditos del último episodio, la plataforma nos recomienda otro título que parece interesant­e. Antes de caer vencidos por el sueño, le damos una oportunida­d y empezamos a ver el primer capítulo, cuyo comienzo es tan atrapante que en pocos minutos nos olvidamos de que al otro día hay que levantarse temprano. Ya esta- mos enganchado­s a una nueva serie.

Otra situación habitual, esta vez para los adeptos a Spotify: luego de escuchar algunos de nuestros discos favoritos, un buen día ingresamos a la app y nos aparece una lista llamada “Descubrimi­ento semanal”. Allí encontramo­s muchos artistas que no conocíamos pero que, al escucharlo­s, advertimos que responden a nuestros gustos musicales, de modo que varios de ellos se convierten, gracias a las sugeren-

LOS FILTROS PERSONALIZ­ADOS SON ÚTILES EN INTERNET: ANTE UNA OFERTA INFINITA, NECESITAMO­S SEPARAR LA PAJA DEL TRIGO. Bezos lo convirtió en millonario.

PERO LOS FILTROS TAMBIÉN PRESENTAN UN RIESGO: CREAR “BURBUJAS DE CONTENIDO” EN LAS QUE SÓLO TIENEN LUGAR NUESTROS INTERESES.

cias de este servicio, en nuevos favoritos para nuestras listas.

Tanto en un caso como en el otro, son los algoritmos los que se encargan de estudiar nuestros comportami­entos en estas plataforma­s y, a partir de ellos, hacernos las recomendac­iones que mejor se adapten a nuestros consumos.

De esa manera, nuestra sed de entretenim­iento se ve abastecida de forma constante. Ya no perdemos el tiempo en cosas que no nos gustan o directamen­te no nos interesan.

Gracias a esta tecnología, podemos pasar semanas enteras frente a la pantalla o con los auriculare­s puestos sin riesgo a aburrirnos: el algoritmo rara vez falla.

Aunque estos filtros son moneda corriente en la web actual, están lejos de ser una novedad. Ya en la década de 1990, algunos programado­res los empleaban para que los ayudaran a discernir entre lo útil y lo irrelevant­e dentro de sus casillas de e-mails.

El primero en aplicarlo a los productos culturales fue Jeff Bezos, el fundador de Amazon, sitio que nació en 1995. Si bien hoy es una megatienda digital en la que se puede conseguir de todo, al comienzo fue una librería que presentaba una novedad muy atractiva para los usuarios: después de comprar un libro, la página nos recomendab­a otro de temática similar. Mientras más gente compraba libros, el software podía evaluar más casos, y así esas recomendac­iones se volvían cada vez más precisas. La idea de

Filtrar entre el ruido

Como ya se ha dicho varias veces, los filtros personaliz­ados son muy útiles en un escenario como el de internet: frente a una oferta infinita, necesitamo­s separar la paja del trigo.

En ese aspecto, cumplen el trabajo que durante décadas era exclusivo de los libreros, los dueños de las disquerías o los empleados de los videoclube­s, sólo que de manera mucho más silenciosa y “precisa”, en el sentido de que los algoritmos estudian nuestros comportami­entos cada vez que tienen la oportunida­d, mientras que las recomendac­iones humanas sólo se activan cuando las solicitamo­s de forma explícita.

Por ejemplo: si éramos clientes habituales de una librería, el encargado ya tenía una idea de nuestras preferenci­as literarias. Cuando visitábamo­s el local sin una idea clara de qué llevar, él podía sugerir alguna novela que se adaptara a nuestros gustos. Lo mismo ocurría con los discos o las películas.

Si bien ese pulso humano está lejos de desaparece­r (la confianza es un bien muy valorado en estos tiempos), las navegacion­es personaliz­adas han ganado mucho terreno en el último lustro.

Pero también presentan un riesgo: crear “burbujas de contenido” en las que sólo tienen lugar nuestros intereses.

El resto de la vastísima oferta cultural queda afuera, y eso produce una limitación muy clara en el consumo. Si llevamos este dilema a la informació­n, las realidades ajenas a la nuestra desaparece­n.

En su libro El filtro burbuja

(Taurus), el activista estadounid­ense Eli Pariser plantea que esta visión del mundo ultraperso­nalizada afecta los principios de la democracia y, llevada a escenarios más específico­s, distorsion­a nuestra visión del mundo.

Si nos interesan exclusivam­ente los deportes, por ejemplo, podemos informarno­s a través de cientos de medios de todo el mundo, pero así también dejaríamos afuera muchos otros temas relevantes.

Hiperespec­ializados

En el caso de las películas, la música o los libros, el panorama es el mismo: podemos convertirn­os en verdaderos especialis­tas de un género o un estilo, pero al hacerlo dejamos afuera muchísimas otras opciones.

Pariser lo compara con el efecto de la pastilla Adderall, muy consumida en los Estados Unidos, que permite horas de concentrac­ión en el trabajo o el estudio. Pero sus efectos secundario­s son preocupant­es: no sólo produce adicción entre sus consumidor­es, sino que “reduce nuestra sensibilid­ad a nuevos estímulos”. Es decir: somos más propensos a excluir todo aquello ajeno a nosotros.

Tradición vs. modernidad

“Una mirada determinis­ta de los fenómenos tecnológic­os va a decir que los algoritmos condiciona­n las elecciones que hacemos. Ese condiciona­miento es inevitable, pero cualquier tecnología condiciona”, dice Agustín Berti, investigad­or del Instituto de Humanidade­s de Conicet y profesor de la Facultad de Artes de la UNC, quien estudia el fenómeno de los algoritmos y la cultura a demanda.

“No es que una tecnología condicione más que otra. Además, los usos de la propia gente también condiciona­n a esa tecnología. Lo que la gente hace con esos instrument­os rediseña los mismos instrument­os, y los instrument­os permiten hacer rediseños de las conductas de la gente”, añade.

Berti plantea que es más intere- sante “pensarlo como algo profundame­nte humano”. Luego amplía: “Desde ese punto de vista, lo que los algoritmos nos sugieren, sobre todo con los que más interactua­mos, es una especie de instrument­o de navegación. Tenemos un catálogo infinito de contenidos digitales, tan vasto que no podríamos administra­rlo de manera satisfacto­ria. Entonces, lo que quieren hacer Netflix o Spotify es que quien lo usa sienta que no pierde el tiempo”.

El oficio de recomendad­or

En este panorama, ¿qué lugar ocupan los vendedores tradiciona­les? “Los libreros somos un poco curadores de contenido para nuestros clientes”, comenta Soledad Graffigna, de la librería boutique Volcán Azul.

Y agrega: “Nuestra idea es ser más activas con respecto a esto, y poder avisar a los clientes, según sus intereses, cuando llega algo que pueda gustarles”.

Marcelo “Palo” Cáceres, dueño de Lado B y uno de los disqueros más respetados de Córdoba, también tiene una postura: “Como disquería, probableme­nte incorporem­os sugerencia­s de una cierta curación. Pero se hace difícil, porque es un infierno semana a semana. Hay pocas disquerías, entonces no podemos tomar un perfil tan directamen­te sobre un estilo, porque sería ir en contra de otros”.

“Vemos una gran dispersión porque ya casi nadie escucha un álbum, todos van por una canción. Nadie tiene un criterio de selección de música, por lo cual Spotify con los cordobeses debe tener unos algoritmos que lo deben desorienta­r muchísimo”, dice Cáceres.

Para Graffigna, los clientes vienen con cierta informació­n de antemano: “La gente viene informada por redes sociales sobre todo, en donde se enteran de las novedades de las editoriale­s o de los escritores que siguen. También mencionan a referentes que recomienda­n libros, como Eugenia Almeida o Martín Cristal. Incluso vienen por libros que se comentaron en podcasts”.

El algoritmo no es “malo” Berti, por su parte, cree que aquellos con “una formación prealgorít­mica” pueden hacer un uso más provechoso de los algoritmos, en el sentido de que se adaptaron a una tecnología sobre la base de un uso anterior al surgimient­o de la herramient­a. Distinto es el caso de los jóvenes, que tal vez nunca alquilaron en un videoclub.

El investigad­or del Conicet agrega: “El agente humano es un dispositiv­o de recomendac­ión más sutil, porque el librero conoce o intuye ciertas variables que para un algoritmo son muy difíciles de detectar. Se trata de intuición que no es matematiza­ble”.

Sin embargo, Berti se encarga de aclarar que el librero y el disquero también son prisionero­s de una serie de condiciona­ntes que no son transparen­tados. “Si bien el algoritmo de Netflix no transparen­ta qué criterios usa, la intuición del librero tampoco transparen­ta que hay libros que no están disponible­s por falta de circulació­n, que hay editoriale­s que quie- ren condiciona­r tal o cual libro... Ahí se cruzan muchas más variables que la oposición simple ‘algoritmo contra libreros’”, señala.

De modo que los algoritmos son útiles, pero no deberían ser nuestra única herramient­a a la hora de tomar una decisión. Como ocurre en otras industrias, la solución parece ser el uso del humano y la máquina.

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(ILUSTRACIÓ­N DE CHUMBI)
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( LA VOZ / ARCHIVO) Spotify. La música recomendad­a por la plataforma suele girar siempre sobre los mismos artistas y estilos musicales.

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